Sexta historia de desescalada

Día cero en la nueva vida de Mari Carmen. De pie, en el Cementerio Municipal de Cuenca, observa cómo descienden el féretro dentro del cual se halla su difunto marido. En unos segundos desaparecerá de su vista, para siempre. Pero nunca desaparecerá de su memoria, ni de su corazón. Mario, su amado Mario, quien lo ha sido para ella todo en la vida, la ha dejado. Un infarto, de repente, sin esperarlo, en la flor de la vida. a los 55 años. Menos mal que con los hijos ya criados y emancipados. Laura, con su marido doctor, en Zaragoza. Y Marianito enseñando inglés en Madrid. 
Están todos aquí juntos, en el cementerio, con el resto de la familia. Todo el mundo consideraba a Mario un buen hombre; y lo era, vaya que si lo era. Pero, para Mari Carmen, era mucho más. Era el amor de su vida; lo que le daba sentido a vivir. Gracias a él, había sido feliz 33 de sus 53 años, desde que lo conoció. El único hombre de su vida. Ningún otro podría haberle dado lo que Mario le ha dado. Con las dos manos sujetando el asa del bolso, intenta llorar, pero las lágrimas no salen. ¿Por qué llorar? Seguro que a Mario le gustaría que, en vez de llorar, celebrara las más de tres décadas de maravillosa vida en compañía. 
Sí, mejor no llorar; ya lo hace el resto por ella. Mari Carmen prefiere entregarse a los recuerdos. Esa vida feliz, sin problemas. Mucha gente se pregunta que cómo es posible pasar toda una vida sin problemas. Pues sí, es posible. Así ha sido la vida de Mari Carmen y Mario. Éste ha sido para ella su escudo, su protección. El amor con que Mario envolvía a Mari Carmen la anestesiaba contra todos los problemas del mundo a su alrededor. Porque los problemas existían, pero ellos vivían en su burbuja. Y eso incluía a sus hijos. Cuando éstos se fueron de casa, comenzaron a entender lo que era salir de la burbuja que les proporcionaba su padre. Y ahora le toca a ella, a Mari Carmen. ¿cómo será la vida fuera de la burbuja, sin anestesia? 
El mundo ha estado siempre lleno de problemas. Enciendes la televisión, y no hablan más que de guerras, de muertes, de enfermedades. Pero la mayoría de esas historias quedan demasiado lejos del que las escucha. Cualquiera puede apagar la televisión, o la radio, o el teléfono, y a los 5 segundos olvidarse de todo lo que ha visto y escuchado. La capacidad de relativizar las cosas es sorprendente. Un momento estamos simpatizando con la desgracia de alguien y al instante ya ni nos acordamos de ello. Por eso a Mario no le gustaba ver las noticias, o leer los periódicos. Siempre decía, para qué sufrir, para qué preocuparse, si en realidad no nos importa. Si, en realidad, nunca pasa nada, excepto las tres o cuatro cositas que nos repiten machaconamente, para obsesionarnos. 
Sí que hay problemas, sin embargo, que nos afectan más de cerca, o pueden hacerlo, piensa Mari Carmen. El desempleo, por ejemplo. Un padre o una madre de familia que pierda el trabajo, con hijos que mantener, puede verse de repente en una situación desesperada. Por eso Mario se hizo funcionario muy joven. Sacrificó un par de años de su vida, pero ese sacrificio fue precisamente su seguro vital. Nunca ganó mucho, pero sí lo suficiente para sacar adelante a su familia sin apuros. En una ciudad pequeña, como Cuenca, un sueldo de funcionario da para mucho. Y la tranquilidad que tenía Mario en ese sentido se extendía a toda su familia. Podrían preocuparse de algunas cosas, pero no de las necesidades básicas. 
Cada vez que sus hijos incitaban a Mario a realizar un gasto que él consideraba superfluo, como comprarse un coche nuevo, él respondía lo mismo: ‘No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. Con un poco de suerte, sus hijos habrán aprendido la lección. Mari Carmen cree que sí; a ninguno de los dos le gusta presumir de cuestiones materiales. A ella, desde luego, ese dicho favorito de su marido se le ha quedado grabado a fuego en la mente y en el corazón. Mario siempre fue un hombre frugal, a veces diríase incluso estoico, pero con la gran virtud de ser más generoso con los demás que consigo mismo. Esa fue una de las claves de su felicidad, piensa Mari Carmen, mientras ve como la tierra empieza a cubrir el féretro. 
A Mario y a Mari Carmen les encantaba pasear por las calles de Cuenca. Todas las tardes, a menos que el tiempo lo impidiera, daban un paseo de al menos una hora, con una paradita en algún bar a tomarse un vino. Casi siempre la misma rutina, pero una rutina dichosa, feliz. Dicen que hay dos fases en el amor, la fase de la testosterona, la del amor físico, y la fase de la oxitocina, la de la estabilidad, de la felicidad tranquila. Mari Carmen no recuerda haber pasado nunca la fase de la testosterona. Toda su vida con Mario ha sido un delicioso campo de oxitocina. Dichosa rutina, dichosa oxitocina. 
La verdad es que Mari Carmen nunca ha sido una persona especialmente leída. Terminó el instituto y poco más. Pero Mario le ha enseñado mucho. A éste le gustaba leer sobre las cosas de la vida, como lo de la testosterona y la oxitocina, y luego se las contaba a Mari Carmen y a los niños mil y una veces. Y lo hacía con tanta convicción que daba gusto escucharle. Mari Carmen recuerda todas y cada una de las historias que le ha contado su difunto marido a lo largo de su vida. Sí, porque eran historias, aunque se refirieran a cuestiones científicas, sociológicas, o de la índole que fuera. Mario se lo contaba de tal manera que parecían pequeñas historias, o así le gustaba verlo a Mari Carmen. 
Ahora que está viuda, se cierne sobre ella uno de los grandes peligros de la vida. A Mari Carmen siempre le ha causado gran desazón lo que mucha gente llama estar en el mercado. Ella, ahora, técnicamente, una vez que pase el luto por su marido, se supone que estará en el mercado. Pero qué depresión le ha producido siempre escuchar a parientes y amistades hablar de escarceos amorosos. Esas aplicaciones a través de las cuales la gente se conoce. Mari Carmen siempre ha tenido la impresión de que cuanto más recurre la gente a ellas, más amargada está. Las mujeres dicen que todos los tíos son unos cerdos. Los hombres dicen que todas las tías están locas. ¿Cómo es posible pensar así de los demás? Estando con Mario, no podía concebir tener ese tipo de pensamientos. Ahora que está sola, ¿será presa de esa vorágine? 
De eso nada, se dice. Mi vida ha sido demasiado bonita como para que cambie en ese sentido ahora. Por supuesto que tiene que cambiar, no teniendo a Mario. Pero no tendré mejor manera de honrar su recuerdo que seguir viviendo como él me enseñó. Vivir con amor. Preocupándome por los demás, pero no por cómo los demás me vean a mí. Me faltará la ilusión de saber que, a eso de las 3 y pico estará entrando por la puerta, de vuelta del trabajo, y que cualquier nubarrón que pueda estar turbando mi mente, se despejará. Pero Mario siempre estará ahí, conmigo. 
Ahora es el momento de poner en práctica aquello en lo que Mario siempre me insistía. No hay que empeñarse en vivir hacia fuera, es mejor vivir hacia dentro. Por supuesto que el mundo está lleno de cosas que disfrutar, que nos pueden hacer gozar y llenarnos de alegría. Pero hay que disfrutarlas desde dentro. Desde dentro, además, se pueden afrontar los problemas mucho mejor. En nuestro interior somos amos de nuestro destino. El escaparse hacia dentro no tiene un límite de profundidad, mientras que el escapar hacia fuera está limitado por el espacio y por todo aquello que nos rodea, sobre todo las otras personas. Dentro de nosotros no hay ni espacio ni personas que nos limiten. Sólo dentro de nosotros podemos tener total libertad y, probablemente, hallar la felicidad plena. Sí, sin su Mario, ya totalmente devorado por la tierra, Mari Carmen tiene más motivos que nunca para buscar la felicidad en su propio interior.

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