Día 17
Colette escribió una obrita llamada Dialogue de bêtes en la que unos animales domésticos dialogan como si fueran humanos y reflexionan sobre cuestiones de la vida. Uno de mis momentos favoritos es cuando uno de ellos se queja de que le pesa la ociosidad: "l’oisiveté me pèse’, dice el humanizado animal.
Un día, al volver a casa, recuerdo como Coby, mi mascota, me miró como diciendo ‘menos mal que ya has vuelto, vaya aburrimiento de día que he pasado’. A veces me pregunto si cuando dejamos a las mascotas solas en casa no pensarán lo mismo que la mascota del libro de Colette. Cuando nuestros animales se quedan solos en casa, se tienen que aburrir. No saben leer, no puedes encender la tele. Por no hablar de cocinar.
A veces, sin embargo, me imagino a mi Coby adoptando actitudes humanas cuando se encuentra solo en casa, y volviendo a su pose canina cuando me oye llegar. Un poco como las vacas del chiste de Gary Larson, a las que se ve en animada conversación, erguidas sobre sus patas traseras cuando no las ve nadie, y cuando una de ellas grita ‘¡coche!’, vuelven a ponerse a cuatro patas para que los humanos que pasan las vean como vacas pastando.
Realmente Gary Larson es otro al que le encanta humanizar a los animales, haciéndolos en la mayoría de las ocasiones ponerse en nuestro lugar y mirar a los humanos como si fuéramos los irracionales. Sus chistes son muy famosos en los Estados Unidos. Nunca he alcanzado a comprender por qué su humor no ha trascendido las fronteras. Pero ya se sabe que la popularidad es caprichosa.
Es un hecho que nos gusta fantasear con la humanización de los animales. No hay más que pensar en que la inmensa mayoría de los protagonistas más populares de series infantiles son animales humanizados. ¿Por qué será? ¿Por qué nos gusta más ver a Mickey Mouse y el Pato Donald como un ratón y un pato? ¿No tendría el mismo éxito si los personajes fueran auténticamente humanos? En realidad, no nos gustan mucho los ratones, y los patos nos dan bastante lo mismo. ¿Por qué sentimos esa simpatía cuando los vemos caricaturizados?
No tengo la respuesta, pero seguro que se han escrito cientos de páginas sobre este asunto y se habrán dado respuestas muy acertadas. Pero me gusta más vivir en mi ignorancia y hacerme este tipo de preguntas. Es mejor no saber de todo, porque la ignorancia siempre es una buena fórmula para ser feliz. Y, si no, que se lo pregunten a Funes el memorioso, el personaje del cuento de Borges, que terminó muriendo por no ser capaz de dejar de almacenar en su memoria todo lo que le entraba por sus sentidos.
Tengo la sensación de que en realidad sabemos mucho menos sobre los animales en general, y sobre las mascotas en particular, de lo que nos creemos que sabemos. Sabemos mucho, sí, sobre su biología, su morfología, incluso sobre la interacción con los humanos. Pero no puedo evitar pensar que nos ocultan algo, no digo los estudiosos de los animales, sino los animales en sí mismos. Yo creo que nos dejan saber lo que ellos quieren que sepamos, y en el fondo se ríen de nosotros, como las vacas de Gary Larson.
Es una idea que siempre me ha rondado. No sé por qué, no tengo fundamentos empíricos sobre los que basarme. Pero al mismo tiempo es una certeza que tengo. Cada vez que miro a los ojos de mi Coby, sé que hay mucho más dentro de él de lo que me permite ver, de lo que me permite comprender. No sé si será por pudor o, como he dicho antes, como si pensara ‘¡ah!, ¿te crees más inteligente que yo? Sigue, sigue pensándolo’.
¿No es, de hecho, la relación entre amo y mascota un poco como las relaciones en el ámbito de la pareja? Siempre nos guardamos algo dentro de nosotros mismos, nos da miedo darle todo a nuestra pareja, no sea que nos vayamos a poner en una postura débil, de inferioridad. Al fin y al cabo, la vida de pareja es una cuestión de equilibrio de poderes. Siempre hay uno al que le gusta llevar la voz cantante, y eso es, con frecuencia, fuente de disputas.
A menos que uno de los dos miembros de la pareja juegue al juego de ‘vale, tú te crees más fuerte; tú te crees más listo. Te crees que me dominas, pero en realidad soy yo el que hace lo que quiere contigo, desde lo más profundo de mí; de ese yo que nunca has llegado a conocer’. Y, según escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en los ojos de mi Coby clavados en mí y mirándome con languidez.
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