Séptima y última de desescalada
Día 1 de la nueva normalidad. JAH decide que es momento de cambiar de tercio. Durante la cuarentena, escribió 75 historias sin faltar un solo día a su cita. Cuando comenzó la desescalada, levantó el pie del acelerador; en vez de escribir una historia diaria, se limitó a un par de ellas por semana. Se trataba de su propia desescalada. Ahora que ésta también ha llegado a su fin, es momento de pasar a una nueva normalidad por lo que respecta a las historias que escribe, para adaptarse a las circunstancias.
En su teléfono móvil guarda múltiples anotaciones sobre posibles historias. Algunas, simplemente un par de palabras aludiendo a un tópico. Para otras, ha adelantado ya un párrafo o un par de párrafos que contienen lo esencial de la historia. El teléfono ha sido su gran aliado durante toda esta experiencia. No sólo le ha servido de almacén de ideas. Ha sido también la mano ejecutora de su fantasía. No ha escrito sus historias al modo convencional, tecleándolas al ordenador; no, las ha dictado al teléfono. Esto le ha dado mayor autonomía. Le ha permitido narrar sus historias mientras daba un paseo, o tumbado en la cama, o simplemente dando vueltas al jardín mientras no se podía salir a la calle por el confinamiento. Sí, las podría haber llamado perfectamente ‘historias telefónicas’.
Sentado en esta ocasión en una silla, con los pies encima de la mesa, JAH musita sobre su próxima historia. Una buena candidata es la que tiene anotada sobre múltiples vidas paralelas, donde el protagonista habría aprendido sobre este concepto de la filosofía oriental leyendo a Borges, en concreto su deliciosa historia ‘El Jardín de los Senderos que se Bifurcan’. Se trataría de, a base del consumo de opiáceos y alucinógenos por parte del protagonista, tratar de recordar todos aquellos momentos de su vida en los que probablemente habría muerto; todos aquellos momentos en los que habría estado a punto de morir, y que, en realidad, probablemente habrían significado la muerte en algunas de esas vidas, de esos caminos paralelos.
Está demasiado sin madurar, sin embargo, esta historia; mejor la deja para otra ocasión, piensa. Otra buena candidata podría ser la del hombre que está a punto de morir ahorcado, y se angustia pensando en cómo será el momento de la muerte, el momento en el que su cuerpo caiga a plomo para ser después frenado en seco por la cuerda. ¿Dolerá, o no dolerá? Le dará vueltas a lo que ha oído sobre la diferencia de entre morir al instante desnucado, si tienes la suerte de que se te rompa el cuello, o pasar una larga agonía si esto no sucede, hasta que mueres asfixiado. Un buen final podría ser que, en el momento en el que se abre la trampilla, el protagonista deja de sentir, experimenta un desapego del plano físico, y se lamenta de toda la angustia que ha pasado anticipando el momento.
Sería una buena historia, sí; pero mejor otro día. Hoy no se encuentra con ganas de hablar de muerte. Casi más le apetece una historia de salvación. Como la que tiene anotada sobre un posible inventor frustrado, quien, ahogado por las deudas y deprimido por la falta de aceptación de sus inventos, decide suicidarse. Finalmente, de camino al puente desde el que tendría pensado tirarse, alguien lo vería portando algunos de sus inventos, probablemente algún artilugio tecnológico. Esta persona se interesaría por ese invento, y le ofrecería un suculento contrato para hacerse con la patente. Esta historia podría tener un punto álgido, en el que, cuando el desdichado inventor está ya a punto de saltar, siente una mano sobre su hombro, la mano del empresario salvador. Faltaría, sin embargo, dilucidar qué artilugio podría ser el que atrajera la atención del empresario. Haría falta echarle mucha imaginación, y hoy JAH no se siente muy Julio Verne.
Cabría también hablar hoy de otra historia que tiene más o menos madura: La del adolescente de familia acomodada, pero venida a menos, que sufre de ataques de depresión en silencio. La historia podría describir la rutina de este joven. Cómo vive su drama, sin que nadie de los que le rodean sospeche lo más mínimo. Podría describir cómo la depresión se va acentuando a lo largo de la jornada, empezando el día con optimismo, y llegando a la noche con ganas de llorar. Esta historia se podría prestar a un final muy interesante, por el cual el protagonista se iría cada noche a la cama muy deprimido, por un lado, pero muy esperanzado por otro, sabiendo que a la mañana siguiente volvería a sentirse lleno de energía y optimismo. Una especie de Ave Fénix anónimo.
Aunque, mejor pensado, casi le apetece más una historia de profesores. Una más, sí. Ya ha escrito unas cuantas, pero no puede evitarlo. Al fin al cabo, él es profesor, así que este es el terreno con el que más identificado se siente. Tiene, de hecho, alguna anotación hecha también para una historia con un profesor como protagonista. Se trataría de un grupo de estudiantes que, habiendo criticado duramente a un profesor, han conseguido que lo echen del colegio. En la narración, los estudiantes hablarían sobre lo que ha pasado y, poco a poco, y casi sin darse cuenta, empezarían a enumerar aquellos aspectos en los que ese profesor en realidad no era tan malo. Podría acabar la historia dándose cuenta los estudiantes de que en realidad habían hecho todo lo posible porque echaran del colegio al mejor profesor que habían tenido nunca.
Le apetece mucho esta historia, piensa JAH, pero se siente con un espíritu más positivo hoy. Prefiere hablar de algo más optimista, más constructivo. Algo en lo que incluso se pueda imaginar a sí mismo como protagonista principal. Sí, eso le atrae. Una historia de inspiración. Una historia donde él, como profesor, haga algo que tenga una incidencia especial sobre la vida de algún estudiante. Sabe que esto es algo difícil de conseguir en la vida real, pero que, cuando se consigue, le hace a uno sentirse realizado como profesor. Su tarea como docente, habrá ido en esos casos más allá del aula, y su legado permanecerá para siempre.
Alzando la mirada al cielo, intenta imaginarse la situación. Un aula, un aula grande, tal vez incluso un aula magna. Un estudiante desmotivado podía entrar en ella por primera vez. Ha llegado unos minutos tarde, y la clase ya ha empezado. Todos sus compañeros están escuchando atentamente al profesor, cuyo discurso suena firme: "La imaginación desbordante puede ser peligrosa porque, a veces, nos lleva a sitios donde no queremos ir. Una manera de evitar este problema es canalizando dicha imaginación a través de la ficción, para llevar a nuestros personajes a esos sitios a los que no queremos ir, en vez de permitirle a nuestra fantasía que nos lleve a nosotros mismos hasta allí, contra nuestra voluntad".
De estas y otras muchas ideas expresadas por el profesor, sacaría importantes lecciones el hasta ahora desmotivado estudiante, quien, víctima habitual de los excesos de su propia fantasía, aprendería a canalizarla para convertirse en un gran escritor. Sí, esta es una buena historia para hoy, decide JAH. Se trata simplemente de empezar a dictar y dejar que la corriente de la conciencia organice la historia, como de costumbre. El único problema es que, tras dictar los tres primeros párrafos, se da cuenta de que se le ha echado el tiempo encima; tiene una videoconferencia en 5 minutos. Así pues, decide dejar el resto de la historia para más tarde, cuando haya terminado la videoconferencia, la cual no debería durar más de media hora.
Al intentar parar la narración, ocurre algo con lo que JAH no había contado. En realidad, era algo altamente difícil de anticipar. Nunca antes se había puesto a sí mismo como personaje de una historia. En esta ocasión, le ha dado al profesor su propio nombre, JAH. Sin ningún pudor. Ahora, al querer olvidarse de la historia y volver a ser él, se da cuenta de que no puede. Se ha quedado atrapado en el personaje. Es algo en lo que nunca se le había ocurrido pensar. Se acaba de dar cuenta de que no hay ninguna garantía de que te esté permitido vivir en dos planos a la vez; o vives en la ficción, o vives en la realidad. Hasta ahora, JAH, siempre había vivido en su realidad, guardando la ficción para sus personajes. Pero esta vez, ha cometido una temeridad; ha tomado un camino sin retorno y se ha quedado atrapado en la ficción. Ya no podrá escribir más historias sobre otros, y se verá abocado a seguir escribiendo su propia historia.
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