Segunda historia de desescalada

Dos semanas después del comienzo de la cuarentena, Piero siente cómo el pantalón del pijama le aprieta bastante más de lo que solía. Casi medio mes ya sin moverse de casa, yendo de la cama a una silla, y de ahí al sofá, y así todo el día. El pijama no se lo quita en todo el día; sólo para ducharse y vuelta a meterse dentro de élCada cuatro o cinco días, pijama limpio; algo es algo. ¿Para qué se va a quitar el pijama, si se pasa el día metido en casa? El teletrabajo lo hace sin necesidad de estar conectado a ninguna cámara, con lo cual nadie lo va a ver. Mientras cumpla con sus obligaciones laborales, a nadie le importa si lo hace en pijama o en esmoquin. 
El contrapunto a Piero es su esposa, Carla. Funcionaria del Ayuntamiento de Gorizia, como su esposo, se propuso desde el comienzo de la cuarentena no dejarse llevar. Cierto que siempre le ha gustado hacer deporte: correr entre los viñedos cercanos a su casa, en la comuna de Cormons, a 12 kilómetros de Gorizia, ciudad italiana de la región del Friuli, fronteriza con Eslovenia. Pero no sólo es el deporte lo que marca la diferencia con su compañero durante el confinamiento. Lo primero que hace Carla al levantarse cada mañana es vestirse como si fuera a trabajar. Lo escuchó al principio de la cuarentena en la radio, es importante tener una rutina lo más parecida posible a un día normal. Y ella lo sigue a pies juntillas. 
Sigue corriendo todos los días. Afortunadamente, en Italia, la cuarentena decretada no impide salir a hacer deporte de forma individualizada. Así pues, Carla disfruta de unos 45 minutos diarios haciendo su recorrido entre los viñedos de CormonsSuele ir a eso de la 12:30, justo antes de comer. Carla y Piero se levantan normalmente a las 6, desayunan y a las 7 ya están delante de sus respectivos ordenadores. Llegadas las 12, aproximadamente, dan su sesión de trabajo matutina por concluida. Es la ventaja de trabajar en casa; puedes empezar antes y tener más día para ti. 
Entre la 1:30 las 2:30, comen, una vez que Carla ha vuelto de su entrenamiento diario y se ha duchado. Otras 3 horas de trabajo de 2:30 a 5:30, y la jornada de trabajo llega a su fin. Después de eso, al feliz matrimonio le gusta sentarse a ver una buena película en la televisión. Benditos servicios de streamingA eso de las 8, cenan. A Piero le gusta cocinar, y suele preparar algo rico para acabar el día con buen sabor de boca. Una pasta rellena o unos gnocchi con un buen vino de la zona, comprado directamente a los productores, es garantía de éxito. A las 10, suelen ya estar recogidos en la cama. Un poco de lectura, y el último en caer que apague la luz. 
Son los fines de semana cuando más se notan los diferentes hábitos de Carla y Piero. Al no tener que trabajar, se hace más evidente el sedentarismo de éste. No es infrecuente que pase 8 o 10 horas tirado en el sofá, leyendo, escuchando música, o viendo la televisión por la tarde con Carla. Es precisamente durante el fin de semana cuando se producen algunas desavenencias entre ambos. Carla le echa en cara a Piero que no se mueva más. Éste se defiende, diciendo que qué va a hacer él, si no le gusta correr. Además, sigue esperando la comba y la colchoneta que pidieron justo antes del comienzo del confinamiento, cuando vieron lo que se les venía encima. 
Carla se encargó en su momento de realizar el pedido a través de una famosa empresa de comercio electrónico. Les avisaron de que el pedido tardaría bastante en llegarpues venía desde China, en barco. Lo esperan en algún momento desde la próxima semana hasta dentro de tres, como máximo. La verdad es que el tiempo estimado de entrega, en esta ocasión, no está muy acotado, consecuencia tal vez también del estado de alarma. Carla le ha hecho prometer a Piero que, cuando llegue el pedido, pasará al menos media hora diaria saltando a la comba y haciendo tablas de gimnasia sobre la colchoneta. Está deseando que llegue la semana que viene; normalmente, los pedidos que hace a través de esta empresa siempre llegan antes de tiempo. 
A los dos meses y medio de cuarentena, sin embargo, el pedido no ha llegado. No solo no ha venido en esta ocasión antes del mejor de los tiempos previstos, sino que está incluso agotando la peor de las expectativas. Mañana será la fecha tope prevista para la entrega, y encima el pedido no tiene información de seguimiento; menudo proveedor cutre que les ha tocado esta vez. Las desavenencias dentro de la pareja han ido en aumento. A Carla le molesta cada vez más la pasividad de su marido, y este se siente cada vez más incómodo con la agresividad de su esposa hacia él . No es que el matrimonio corra peligro, pero ninguno de los dos había anticipado que, a estas alturas, pudieran estar de uñas el uno con el otro, tan unidos como se han sentido siempre, a pesar de sus diferencias. 
Lo que más molesta a Carla no son las dos tallas que ha engordado su marido. Eso lo podrá perder, espera, sobre todo si llega el material deportivo, aunque ya seguro que lo hará después de la cuarentena, que poco a poco alcanza su fin. Lo que lirrita especialmente es el pasotismo de Piero. Es como si se hubiera materializado en éste todo lo que advirtieron los psicólogos al principio de la cuarentena que podría pasar a los que no se mantuvieran activos durante el confinamiento. Pasotismo, dejadez, incluso mala salud. Piero llevar unos días que le duele la espalda, que se ahoga por las noches en la cama. Alergia, dice él; la naturaleza de Cormons, que atenta contra su salud. Es cierto que siempre tiene un poco de alergia en primavera, pero nunca de manera tan acentuada como ésta. 
A veces, ahora que ya se puede, Piero coge el coche y se va hasta Gorizia a hacer la compra. Pero claro, por muchos pasillos que recorra dentro del supermercado, eso no le sirve para moverse gran cosa. A veces, Carla le dice que por qué no se coge la bici y, en vez de hacer grandes compras, se acerca cada día al supermercado y llena una mochila. Eso le permitiría hacer ejercicio. Pero él siempre sale con lo mismo. Que eso es de indigentes; si se va a hacer la compra, se hace bien. ¿Cómo vas a venir con chuletones de ternera en una mochila? ¡Habrase visto semejante cutrez! Él es de ejercitarse en casita. Cuando lleguen su comba y su colchoneta, Carla verá que él cumple con su palabra. Pero lo de ejercitarse en el exterior para ponerse peor de la alergia, de eso nada. 
Diez días más pasan, casi sin darse cuenta. Se encuentran ya en plena desescalada, tanto en el norte de Italia como en todo el país. El pedido sigue sin llegar. Carla no entiende nada. Ha enviado correos, y le dicen que, al venir de un pequeño almacén de China, es difícil rastrear el pedido; que harán lo que puedan, y le informarán en cuanto sepan algo. No se lo puede creer; una empresa de comercio electrónico tan importante como ésta y no le pueden ofrecer una solución. Está considerando muy seriamente no volver a hacer ningún pedido a través de ellos. Aunque es verdad que es la primera vez que le fallan, y ha utilizado sus servicios en muchas ocasiones. 
A las 6 de la tarde de un sábado de desescalada, Carla vuelve a echarle la bronca a Piero. No entiende cómo ha sido capaz de pasar todas estas semanas, casi tres meses ya, tirado en el sofá. Piero se defiende; no ha estado tirado en el sofá todo este tiempo. Ha trabajado sus ocho horas diarias, ha cocinado, ha hecho sus cosas. ¿Sus cosas? ¿Qué cosas?, pregunta Carla. Y así se enzarzan en una de esas cada vez más frecuentes peleas provocadas por la tensión del confinamiento. Carla sigue maldiciendo a la empresa de comercio electrónico. Le está cogiendo manía a la comba y a la colchoneta. Piero no se inmuta; sabe que una buena pasta y un buen vino suavizarán a Carla y limarán asperezas. Mientras ésta sigue quejándose y lanzando dardos a su marido, él la mira sereno, al tiempo que, con el talón de su pie derecho, se asegura de que no asomen por debajo del sofá los paquetes que llegaron hace ya casi dos meses.

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