Cuarta historia de desescalada

Desde hacía mucho tiempo, John Cumbersome, arqueólogo de la Universidad de Arizona, tenía la certeza de la existencia de un rico tesoro de la época precolombina cerca del lago Titicaca. Había visto varias referencias a él en diversos escritos procedentes de épocas muy diversas y que apuntaban, de manera más o menos inconexa, a la existencia de dicho tesoro. A finales del año 2019, el profesor Cumbersome obtuvo premio a su insistencia; en su octavo viaje al continente sudamericano, dio con el preciado tesoro. Sin duda, el hallazgo supondría un espaldarazo para su carrera académica. Habría un antes y un después del año 2019 para John Cumbersome. 
El tesoro en si era más o menos lo que esperaba el profesor. Los textos consultados habían hecho referencia a importantes cantidades de oro y piedras preciosas, todo ello combinado en ricas figuras ornamentales y decorativas. Con lo que no contaba el arqueólogo estadounidense era con que todas estas piezas estuvieran sirviendo como ajuar de una tumba, la tumba de lo que parecía ser un importante dignatario de la civilización tiahuanaca, cuyos restos embalsamados se conservaban admirablemente bien. Era la primera vez que se producía un hallazgo de estas características relacionado con esta civilización. A John Cumbersome le había tocado la lotería por partida doble. 
Se pudo relacionar los hallazgos con la civilización tiahuanaca gracias a las inscripciones iconográficas talladas en la losa que servía como cierre de la tumba, una de las cuales rezaba un inquietante ¡Ay de quien profane mis riquezas!. Tanto laideografías como la zona, al este del Lago Titicaca, apuntaban sin duda a esta importante civilización, precursora del imperio inca. Aunque el profesor no era especialista en la interpretación de este tipo de símbolos, ya había previsto la incorporación a su equipo de un filólogo especializado en escrituras precolombinas. La existencia de la inscripción en la aludida tumba le hizo congratularse por su sabía elección al incorporar a su equipo a un investigador de estas características. 
En torno a la civilización tiahuanaca existían muchas incertidumbres. Se conocía su ubicación aproximada, no muy lejos de la actual capital de Bolivia, LPaz. También se conocía bastante bien su arquitectura, al existir diversos ejemplos bastante bien conservados de la misma. Muchas más dudas existían sobre el periodo exacto en el que se desarrolló está civilización. Algunos autores la llevaban a unos pocos siglos antes de Cristo, mientras que otros se aventuraban a llevarla hasta aproximadamente 1500 años antes de nuestra era. Igualmente, existían luces y sombras sobre la composición y las características de esta sociedad. El descubrimiento de John Cumbersome podría ayudar a despejar muchas de las dudas existentes. 
Siete semanas después del fabuloso hallazgo, el tesoro se encontraba ya en las dependencias de laboratorio arqueológico de la Universidad de Arizona. Ante el revuelo que provocó la noticia del descubrimiento del tesoro, John Cumbersome se dispuso a hacer los preparativos para presentar su descubrimiento a la comunidad académica. El profesor quería aprovechar este revuelo para darse publicidad y que su nombre circulara en las conversaciones de arqueólogos y humanistas en general de todo el mundo. Un acontecimiento como el que acababa de ocurrir había que exprimirlo al máximo. Ya habría tiempo de realizar las investigaciones pertinentes sobre el material hallado. 
Casualmente, cuando estaba ya casi todo preparado para realizar el evento de presentación del Tesoro, se decretó la cuarentena a causa de la pandemia del coronavirus. Eso sí que era mala suerte, se dijo el profesor Cumbersome. Pero todo le había salido demasiado bien y no se iba a quejar por un pequeño revés de la fortuna. Aprovecharía la ocasión para hacerlo público por medio de una videoconferencia, lo cual le permitiría llegar a una audiencia mucho más amplia y dispersa que si lo fuera a realizar de manera presencial. 
Así que no se lo pensó más; contactó con los servicios audiovisuales de su universidad y fijaron una fecha para la transmisión del evento. Durante las semanas previas al acto, el departamento de imagen de la Universidad se encargaría de la difusión del mismo, para asegurar el mayor impacto posible. El Profesor Cumbersome llevaría a cabo su presentación desde su despacho del laboratorio arqueológico, para poder mostrar las distintas piezas encontradas a los asistentes virtuales. Tras unas sesiones de prueba, como era costumbre en los casos de videoconferencias, todo se consideró preparado para el gran día. 
La Universidad de Arizona tenía su propio sistema de videoconferencias, mucho más sólido y robusto que las aplicaciones comerciales que se podían encontrar en internet y que usaban la mayoría de los habitantes del planeta confinados durante la cuarentena. La universidad se tomaba muy en serio las cuestiones de seguridad cibernética y protección de datos, y las herramientas existentes no les ofrecían las garantías necesarias. A John Cumbersome no le costó mucho trabajo familiarizarse con los pormenores del uso del sistema de videoconferencias de la Universidad, para lo que contó con la inestimable ayuda de los técnicos del Departamento de Medios audiovisuales. 
A las siete de la mañana de un miércoles del mes de marzo, el profesor John Cumbersome estaba listo para empezar su presentación por videoconferencia. El horario escogido trataba de garantizar la mayor audiencia posible. Resultaba lo suficientemente pronto como para dar acomodo a las franjas horarias de la mayor parte del mundo dentro de un horario diurno. De hecho, el número de asistentes inscritos había superado la mejor de las expectativas. La presentación se realizaría ante unos dos mil espectadores virtuales, la mayoría de ellos de los Estados Unidos, Sudamérica, Europa, China y Japón. Todo un éxito ya antes de empezar. 
Diez minutos después de que el profesor empezara a hablar, el moderador técnico de la sesión lo interrumpió para pedirle unos instantes de cara a ajustar algunas cuestiones que habían surgido. La gran cantidad de asistentes inscritos había llevado a los técnicos a prever un número de diferentes salas virtuales a través de las cuales se conectarían según las zonas geográficas. Sin embargo, se habían quedado cortos en sus estimaciones e iban a necesitar abrir otras dos salas para redistribuir a algunos de los asistentes que estaban teniendo problemas para seguir la presentación. No sería más que cuestión de unos pocos minutos. 
Al crear las dos nuevas salas, tenían que asegurarse simplemente de que el profesor Cumbersome apareciera en ellas, como en el resto de las salas. Por algún motivo, los técnicos no conseguían hacerlo visible a los asistentes que habían incorporado a esas dos salas adicionales. Al tratar de arreglar el problema, sin saber muy bien por qué, la imagen del profesor desapareció también del resto de salas. La audiencia esperaba inquieta. Tomando todas las medidas de seguridad, uno de los técnicos se acercó al laboratorio arqueológico para ver si desde allí podía restablecer la conexión del profesor con el resto del mundo. Cuando llegó no había rastro ni del profesor Cumbersome ni del tesoro. Nunca más se supo del arqueólogo o del preciado ajuar funerario. Hay quien dice que se cumplió la profecía de la tumba. Otros, más incrédulos, se imaginan a John Cumbersome disfrutando de una vida de millonario en algún lugar paradisíaco, bajo un nuevo nombre.

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