Primera historia de desescalada
Día 76 desde que comenzó la cuarentena. Las cosas han cambiado. De hecho, ya llevamos unos días de desescalada, unas semanas en algunas comunidades. He querido aguantar con el ritmo diario de historias de cuarentena por aquello de llegar a una cifra tan simbólica como el 75. Una especie de bodas de platino de las historias. A partir de hoy, bajaré el ritmo, una o dos por semana, hasta que se termine la desescalada. Además, cambiamos de acróstico, también; ya no será CUARENTENA sino DESESCALADA, para reflejar la nueva realidad.
Esta es la historia con la que comenzamos la etapa de desescalada. La protagonista es Sema y vive en Estambul. Tiene 35 años y hace 10 que es profesora de inglés en un colegio situado en el barrio de Fenerbahçe. Adora su profesión y adora Estambul. De familia creyente pero poco practicante, es una de tantas mujeres a las que puede verse por la capital turca con un aire muy occidental. Es habitual verla llevar pantalones vaqueros y cazadoras de cuero en invierno. En verano, camisetas de marca, y, si es fin de semana o son ya las vacaciones, pantalones cortos o falda.
Sema no tiene nada contra las mujeres que eligen llevar hábitos tradicionalmente relacionados con la religión musulmana, siempre que no exageren. Su hermana Kadri, por ejemplo, sale a la calle siempre con un velo que le cubre el pelo y con el que también se tapa la nariz y la boca. Una cuestión de estética más que de religión. En cualquier caso, Sema nunca ha cuestionado estos hábitos de su hermana, al igual que ni ésta ni sus padres le han reprochado su propio look, para algunos demasiado occidental, incluso a veces un poco provocador.
El caso es que Sema lleva unos tres meses teniendo que salir a la calle con la cara cubierta. Pero no es un velo lo que medio cubre su rostro, sino una mascarilla quirúrgica que se ha visto obligada a utilizar, al igual que otros muchos millones de personas en el mundo, desde que comenzó la pandemia del coronavirus. Al principio era solo unas veces. Las pocas veces que salía a hacer la compra para ella, sus padres y su hermana. Como se repartían las tareas, no le tocaba salir más que una vez cada dos semanas, aproximadamente.
Sin embargo, últimamente ya sale más. Desde que se relajaron las medidas de confinamiento, ya le está permitido a la población el empezar a retomar su vida cotidiana; eso sí, siempre tomando las medidas de precaución necesarias, entre las que destaca la mascarilla quirúrgica sobre la boca y nariz. Sema queda a veces con sus amigas y pasean por las bonitas calles del centro de Estambul. En otras ocasiones, es su hermana la que la acompaña en sus periplos. Poco a poco, va haciendo de la mascarilla un componente habitual de su atuendo.
Con el paso del tiempo, Sema ha empezado a constatar algo que la tiene intrigada. Ella siempre se ha considerado una de esas personas ‘invisibles’, en las que nadie repara. Según la propia Sema, su personalidad nunca ha sido muy marcada, no sabe hacerse destacar cuando se halla entre un grupo de personas. A esto se suma, siempre según ella, que no tiene una cara muy agraciada, por lo menos por lo que respecta a la nariz, demasiado grande, y a su boca, pequeña y con los dientes no muy bien colocados. Nunca le ha dado mayor importancia. Ella es feliz con la vida que lleva y no tiene necesidad de notoriedad. Con el amor de su familia y el respeto de sus estudiantes y colegas, le basta.
A raíz de empezar a salir a la calle con mascarilla, las cosas han cambiado de manera bastante notable. Sema lleva unas semanas dándose cuenta de que la gente la mira por la calle. Y la mira no con curiosidad, sino casi diríase con admiración. Y cuando se trata de hombres, aunque le dé vergüenza pensar en ello, juraría que, muy a menudo, las miradas tienen un componente de algo muy parecido al deseo. Efectivamente, por primera vez en su vida, y ya con 35 años, Sema está haciendo a los hombres girar la cabeza a su paso.
La verdad es que nunca se había imaginado que pudiera resultar una sensación tan placentera. Ella siempre ha sido consciente de que, al igual que la parte inferior de su rostro no es especialmente agraciada, su cuerpo es elegante y armonioso. Por eso ella siempre se ha preocupado de lucirlo. Aunque nunca ha tenido el deseo de provocar, sí que le ha gustado tener el mejor aspecto posible. Sin embargo, era siempre como si se vistiera para ella misma. Su vestimenta más o menos ceñida, más o menos provocativa, nunca atraía realmente las miradas de los demás, y ella estaba perfectamente feliz con esa situación.
A Sema, en cualquier caso, le gusta lo que está notando últimamente. Y es que la mascarilla hace resaltar el rasgo más destacado de su cara, los ojos. La nariz y la boca, aunque ella diga que son feas, no resultan desagradables. Simplemente le confieren un aire demasiado monótono; hasta el punto de contrarrestar la viveza de sus preciosos ojos color azul verdoso. Al aislar a éstos del resto de su cara mediante la mascarilla, cobran una nueva vida. Es como si, al tapar el resto de su rostro, los ojos se encendieran, y desprendieran un magnetismo hipnotizador para todo aquel que los mira.
Da la sensación de que Sema fuera una nueva persona. Ni una cuestión de personalidad ni nada por el estilo. A cualquier sitio que va, las miradas se clavan en ella. Cuando habla con alguien, sobre todo del sexo opuesto, sus interlocutores se quedan mesmerizados, casi sin poder desprenderse del embrujo que emana de la mirada de Sema. Ésta nunca se había imaginado que el sentirse admirada, deseada por tanta gente, pudiera traer consigo la sensación de poder que la inunda últimamente. Ha descubierto su punto fuerte, su arma letal. Y todo gracias a algo que en un principio le resultaba antipático, la mascarilla quirúrgica.
Ahora, con la cuarentena llegando a su recta final, Sema tiene que tomar una importante decisión. En algún momento, la gente dejará de llevar mascarilla. Ella ya le ha cogido demasiado gusto a su nuevo estatus de semidiosa como para volver a ser una más del montón. Está claro que va a llevar mascarilla todo el tiempo que pueda. Sabe que, cuando la mascarilla quirúrgica caiga en desuso, va a hacer algo que jamás se habría imaginado haciendo. Ahora se alegra verdaderamente de vivir en un país en el que sea tan normal para las mujeres ir con velo como ir sin él. Después de 35 años de vida con la cara al descubierto, dejará que un velo cubra su nariz y su boca. Le dará igual parecer menos occidental, menos moderna. Caerán rendidos a su mirada tanto en Oriente como en Occidente.
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