Día 75
Charlie vive con sus padres, en la casa que ha pertenecido a su familia durante tres generaciones, situada en una zona residencial a las afueras de Sheffield, Inglaterra. Con 17 años, se encuentra en el último curso de los estudios de educación secundaria. Son las 16:30 del miércoles 27 de mayo del año 2020 y Charly sabe que, cuando llegue a casa, como todas las tardes desde hace ya unos meses, su padre le volverá a martillear con la cuestión de sus futuros estudios. Si quiere poder empezar estudios universitarios el año que viene, tiene ya que tomar una decisión. Los plazos de inscripción a las distintas universidades del país se cerrarán pronto.
Una decisión. Como si fuera tan fácil. Siempre ha sido un buen estudiante, tanto en la escuela primaria como la secundaria, y sus padres tienen depositadas grandes esperanzas en este hijo único. El problema es que Charlie no tiene una vocación definida, y no quiere meterse en cualquier universidad porque sí. Conoce de casos de amigos, y amigos de amigos, algo mayores que él, que por meterse a cursar unos estudios sin tener una idea clara de lo que querían hacer se han visto finalmente abocados a abandonar la carrera, o han seguido adelante con poca ilusión.
A Charlie no le va a pasar eso. Lo tiene bien claro. Si estudia algo, tiene que ser porque esté convencido de ello. Por un lado, no está dispuesto a malgastar el dinero de sus padres, por mucho que ellos estén encantados de invertir ese dinero en la educación de su hijo. Por otro, no vale la pena realizar el esfuerzo que requieren unos estudios universitarios si no se tiene una meta medianamente clara, unos objetivos profesionales que se quieren alcanzar. Si no siente una vocación determinada, Charlie prefiere buscarse un trabajo cualquiera, ya verá, y disfrutar de la vida todo lo que pueda. Su padre, sin muchos estudios, es maquinista en la compañía nacional de trenes, y ha podido sacar adelante una familia sin demasiadas estrecheces; ¿por qué no puede él aspirar a lo mismo?
Ralph, su padre, saca el tema durante la cena. ‘Charlie, hijo, ¿has pensado un poquito sobre eso?’ No hace falta que especifique lo que es ‘eso’. Ambos, al igual que Margaret, la madre de Charlie, saben que ‘eso’ se refiere al tema de los estudios. Como tantas veces, Ralph le recuerda que él no estudio en la universidad porque no tuvo la ocasión y que su padre, es decir el abuelo de Charlie, no tuvo la oportunidad tampoco de estudiar por culpa de la Segunda Guerra Mundial. Si no hubiera muerto en ella, habría realizado estudios universitarios, como le contaban siempre tanto Ralph como sus tías abuelas, Joana y Flora, con las que se crio su padre.
El abuelo de Charlie, de quién heredó el nombre de pila, vivió en esa misma casa con sus padres, es decir los bisabuelos del Charlie actual. Se casó muy joven, con apenas 18 años. Su mujer, Elisa, de la misma edad, se vino a vivir con él y sus padres tras la boda. Dos años después, Elisa daba a luz a Ralph. Pero las cosas no salieron bien. La abuela de Charlie murió en el parto, lo que convirtió a su abuelo en un joven viudo a cargo de un hijo. Suerte que contaba con la ayuda de sus propios padres y sus dos hermanas.
Nada más morir su esposa, Charlie tomo una decisión: Estudiaría medicina, y se especializaría en tocología y ginecología, para ayudar con sus propias manos a que no pasaran desgracias como la que había acontecido a Elisa, y de paso honrar la memoria de ésta. Pero las cosas se torcieron. Corría el año 1941 y fue llamado a filas, a luchar contra la barbarie nazi en las filas de los aliados. Sin casi tiempo para guardarle el debido luto a su difunta esposa, Charlie dejo Sheffield rumbo al continente. Cinco meses más tarde, fue abatido una noche mientras hacía guardia, de un disparo en el cuello.
Tras la cena, Charlie se retira a su habitación, como de costumbre. Esta noche, sin embargo, no puede dejar de darle vueltas a lo de su abuelo. Además, hoy en la escuela han estado hablando de diversos temas relacionados con la Segunda Guerra Mundial de cuyo final se conmemora este año el 75º aniversario. Movido por la curiosidad, sube al desván. Sabe que allí su padre guarda unas cajas con fotografías y cartas de sus antepasados. Hoy, por primera vez en su vida, a Charlie le apetece saber un poco más sobre su abuelo, ese gran desconocido para él.
En el desván, Charlie rebusca entre las cajas. No es tarea fácil; su padre nunca se ha preocupado por etiquetarlas, así que tiene que ir abriendo a ver qué es lo que encuentra. De repente, una caja de mayor volumen que las demás llama su atención. La abre y lo primero que ve son unas fotos de una joven pareja. Las fotos están anotadas por detrás. La mayoría tienen el nombre de sus abuelos, y la fecha y ocasión en la que fueron tomadas, todas ellas entre 1938 y 1940. Son fotos felices, en las que Charlie y Elisa suelen aparecer cogidos de la mano o con un brazo de aquél sobre los hombros de ésta. En algunas, aparecen también las hermanas de su abuelo. Y en una foto de grupo están todos éstos junto con los que debieron ser sus cuatro bisabuelos por vía paterna.
No puede dejar de constatar Charlie que su abuelo le recuerda mucho a él mismo. Alto y delgado como él, con el pelo lacio y con un tono de rubio que, por lo que se puede apreciar a través del blanco y negro, parece ser también bastante similar al suyo. Esta gran semejanza impresiona a Charlie. Sobre todo, le extraña que su padre no se lo haya mencionado nunca. Cierto es que no llegó a conocerlo, como también es cierto que nunca ha sido de mirar fotos de la familia. Es como si Charlie ahora, de repente, estuviera recuperando un pasado íntimamente ligado a él y que le ha esquivado durante los primeros diecisiete años de su vida.
Ahí sentado, en el suelo del desván de la casa familiar, en la que probablemente él vivirá algún día con su familia, Charlie trata de asimilar el encuentro con su pasado, con sus ancestros. De repente, siente que su vida cobra otro significado; es como si descubriera su lugar en el mundo. El encuentro visual con su abuelo, junto con las historias que su padre le ha contado acerca de sus frustradas ambiciones universitarias, está despertando algo en su propia vida. Le da la impresión de que como si, de repente, tuviera un propósito. Una hora y media más tarde, Charlie desciende las escaleras que conectan el desván con el resto de la casa y se dirige al salón, donde sus padres están viendo un insulso programa de variedades. Tiene buenas noticias para ellos: Cumplirá el sueño irrealizado de su abuelo y honrará la memoria de quien murió para que él, casi un siglo después, pueda llegar a ser médico.
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