Día 74

Cuando Torcuato era estudiante de doctorado, en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid, sus profesores, sobre todo su directora de tesis, ya se dieron cuenta de que tenía un don para la investigación. Principalmente, constataron que se le daba muy bien tomar la decisión apropiada en el momento oportuno, algo muy importante cuando se trabaja en un laboratorio haciendo experimentos. Una decisión equivocada puede llevar a la pérdida de muchas horas y de mucho dinero hasta darse uno cuenta de que se encuentra en un callejón sin salida. 
Uno de sus supervisores de prácticas, se lo comentó Eulalia, la directora de tesis de Torcuato: ‘Es increíble la capacidad que tiene este chico para interpretar los datos extraer las conclusiones más relevantes. Todavía no le he visto equivocarse de manera clara, algo inaudito en un investigador de su edadBastante antes de que terminara su tesis doctoral, en la que, por supuesto, obtuvo sobresaliente cum laude por unanimidad, todos tenían bien claro que Torcuato tenía un brillante futuro en el mundo de la investigación biomolecular. 
A los pocos meses de doctorarse, Torcuato consiguió una plaza de investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el famoso CSIC. Sus cualidades investigadoras y su habilidad en la toma de decisiones enseguida llamaron la atención de sus pares y superiores, como ya lo había hecho en la universidad. En el CSIC ya estaban sobre aviso. Desde la Facultad de Ciencias Biológicas les habían advertido de las excelencias de su reciente adquisición. En menos de un año, Torcuato dejó de ser becario de investigación y se convirtió en miembro de la plantilla del Consejo. 
Rápidamente subió en el escalafón de tan egregia institución y, en menos de 5 años, se encontraba dirigiendo uno de los 120 institutos de investigación dependientes del CSIC. Se trata del Instituto de Biología y Genética Molecular, con sede en la castellanoleonesa ciudad de Valladolid, donde desde entonces reside Torcuato, y donde se casó, hace ya 10 años, con Matilde, una pucelana de pura cepa. Matilde y Torcuato se enamoraron en cuanto se conocieron, en un evento organizado por el Ayuntamiento de Valladolid para la divulgación de la ciencia entre los ciudadanos. 
En la intimidad, Matilde llama a Torcuato mi sabio distraído. Admira su inteligencia natural. Tampoco le escapa esa cualidad que tanto ha ayudado a su marido a progresar en el mundo de la investigación: su capacidad para tomar decisiones. Siempre que hay un problema que resolver, el más mínimo problema, Matilde confía en el buen juicio de Torcuato. Ella valora esta cualidad especialmente cuando se trata de decidir sobre cuestiones que atañen a sus dos hijas, Laura y María, de 8 y 10 años respectivamente. Para Matilde es un alivio saber que lo que su marido decida a buen seguro será lo más apropiado. Considera que es una gran fortuna compartir la vida con alguien así. 
No es ajeno Torcuato al efecto que sus habilidades provocan sobre las personasSiempre le ha estado muy agradecido al cielo, o a Dios, o a lo que haya ahí arriba, por haberle hecho la vida tan fácil. En realidad, Torcuato siempre ha pensado que lo que sucede es que tiene un gran amor propio. Esto hace que, cuando alguien le pregunta por su opinión o de una decisión suya dependa la suerte de otros, él se sienta en la obligación de no decepcionar. Le encanta observar la confianza que los demás depositan en él y la tranquilidad que les transmite. Sabe que el amor propio no basta, que es necesaria una especial intuición, que él reconoce tener. Pero esa intuición por sí sola tampoco explicaría, según el propio Torcuato, el magnífico uso que de ella ha hecho a lo largo de su vida. 
Torcuato, sin embargo, es humano. Incluso, si no lo fuera, ya se sabe que hasta los superhéroes y los personajes mitológicos griegos tienen sus puntos débiles: Desde el famoso talón de Aquiles, hasta la intolerancia a la kryptonita de Superman, pasando por la alergia de Sansón a los peluqueros, por ejemplo. El punto débil de Torcuato, curiosamente, también está relacionado con la toma de decisiones. Se trata, en concreto, de los momentos en los que tiene que hacer una elección que lo atañe solamente a él, y donde realmente no hay lugar para lo que podría llamarse una elección equivocada. Es decir, que, si no tiene que quedar bien ante alguien, la cosa se complica. 
En el restaurante donde todos los días, de lunes a viernes, come su menú de mediodía, Torcuato mira la carta. Su expresión denota preocupación. Se encuentra solo en la mesa, como de costumbre. Le gusta comer pronto, a diferencia de lo que sucede con sus compañeros del instituto. A veces come con algún doctorando, pues la hora de la comida es un buen momento en el que departir sobre cuestiones académicas de forma más distendida. Pero lo normal es verlo solo. Además, odia las comidas en grupo, y la costumbre tan arraigada en este país de entregarse a una larga sobremesa después de comer. Siempre ha pensado que este tipo de prácticas matan el rendimiento de los trabajadores por la tarde, sobre todo si hay que usar el intelecto, como sucede con los investigadores. 
No hay nada en el menú de hoy que lo atraiga especialmente; tampoco nada que realmente pueda decir que le disgusta. De primero, puede elegir entre consomé al jerez con yema de huevo, macarrones con salsa boloñesa y espárragos trigueros con mahonesa. El consomé es un plato ligero, y eso le gusta, pero, por otro lado, los macarrones siempre le han gustado mucho. El problema es que la salsa boloñesa puede ser un poco pesada. Los espárragos tampoco están mal, aunque la mahonesa fuera de casa no le vuelve loco. El mismo tipo de elucubración se trae a la hora de considerar el segundo plato: ¿Carne, pescado, un plato vegetariano? El camarero, que ya lo conoce, no lo presiona. Espera pacientemente a que se decida, conmovido por la escena de inseguridad. 
A eso de las dos y cuarto, Torcuato sale del restaurante. Finalmente se ha decantado por el consomé y una lubina al horno con patatas panaderas. Hoy no ha tomado postre; ha preferido pedirse un cortado. Camina satisfecho hacia el instituto. Un día más, ha superado la prueba más difícil de la jornada: Decidir qué pedir para comer. Durante el resto de la tarde, tomará decisiones de las que dependan miles de euros dedicados a la investigación, seleccionará becarios de laboratorio entre decenas de solicitudes, y siempre tomará la decisión acertada. No puede defraudar a los que tanto esperan de él. Y no lo hará. Los genios son así.

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