Día 73

'Cobranza fase 3, mañana a las 20 horas'. Este es el mensaje que le acaba de llegar a Gjergj, mocetón albanokosovar de 35 años, 1,90 de estatura y 110 kg de puro músculo. Lleva dos años en Valencia, después de un turbio pasado por diversas ciudades del Mediterráneo realizando trabajos de los que no se siente especialmente orgulloso. En Valencia trabaja para una empresa de cobro a morosos. Pero morosos de verdad, de los que deben mucho y no quieren pagar nada. La labor de Gjergj consiste en irrumpir en los domicilios o en las dependencias de sus objetivos arramblar con todo, si es necesario. Los clientes de su empresa cobran sí o sí, y los morosos también cobran sí o sí, pero de otra manera. 
Una cobranza en fase 3 es algo serio. La fase 1 no suele ser más que una visita y un par de amenazas. En la fase 2 ya se rompe algún cristal que otro y puede hasta que una silla salga volando. En la fase 3 se atenta contra la integridad física del moroso, que ha hecho caso omiso a las anteriores advertencias. Hay también una fase 4, a la que sólo se llega en muy contadas ocasiones. Gjergj sólo la ha vivido tres veces, y le ha encantado. Ahí la paliza suele ser brutal. En una de las ocasiones, se les fue la mano y tuvieron que tirar un cadáver al mar. Nueves meses después, la policía sigue buscando al cadáver y a los responsables. 
'A Que TPillo', se llama la empresa para la que trabaja Gjergj. Un cachondo, el dueño, dicen sus cuatro empleados, todos ellos armarios empotrados al estilo de Gjergj. Oficialmente, la empresa se dedica a la reunificación de deudas. ‘Reunificamos deudas a leches, le gusta decir a Salva, el dueño de la empresa. Se trata de operaciones expeditivas y peligrosas, pero que reportan pingües beneficios. Y Salva es generoso con sus empleados. Gjergj no sale nunca por menos de 3000 € al mes. Para alguien como él, que alquila una vieja casa en el modesto barrio de La Creu Coberta y que, a diferencia de sus compañeros, no tiene grandes vicios, 3000 € al mes, que a veces se van hasta bastante más, son una cantidad más que digna. 
Realmente, la empresa no funcionaría tabien como lo hace si no fuera por Gjergj. Sus tres compañeros son muy de gimnasio, pero en cuanto la cosa se pone caliente, medio que se esconden detrás de él. Vamos, que cuando hay que repartir bien, Gjergj es el que se encarga de lomandobles. Lo de llevar armas sí que se les da bien a todos. Pero es que nunca han tenido que utilizarlas. El día de su única víctima mortal, la muerte se produjo por un golpe en la cabeza contra una mesa, después de que Gjergj lo hiciera volar por los aires de un puñetazo bien dado. Se trataba de un empresario del calzado, y, si no hubiera sido por los contactos del propio Gjergj, que les facilitaron la lancha para deshacerse del cadáver, nadie sabe muy bien cómo se las habrían apañado. 
En otra ocasión, Gjergj estuvo a punto de matar a otro tío. Lo había llamado 'yugoslavo de mierda', y, claro, a  Gjergj se le nubló la mente. Tantos años luchando por tener una identidad nacional definida, y ahora lo llamaban yugoslavo. Lo agarró por las solapas empezó a darle puñetazos hasta que le desfiguró la cara por completo. Sus compañeros tuvieron que pararlo para que no lo matara. Nunca lo habían visto tan fuera de sí como en aquella ocasión; y lo más gracioso de todo es que aquella no era más que una visita de fase 1, un simple aviso. Pero claro, el diablo enredó y todo se complicó. Salva se enfadó mucho con él; amenazó con despedirlo. Pero la cosa no pasó a mayores, sobre todo porque dos días después, su cliente recibió lo que le adeudaban. 
No es normal, en cualquier caso, ver a Gjergj fuera de sí. De hecho, cuando no está ‘de servicio’, a todos les parece un tío bastante tranquilo. Cuando salen con él a tomar algo, nunca se mete con nadie, a diferencia de los bravucones de sus compañeros, quienes hacen gala de su personalidad de chulitos de gimnasio. Él se toma sus aguardientes y se fuma sus cigarros, y el resto del mundo le da igual. De hecho, cuando ve a sus compañeros sacar los pies del tiesto, a menudo los mira con desprecio. 
Tiene Gjergj, sin embargo, ese otro lado sádico, a la hora de trabajar, que asusta hasta a sus propios compañeros. Parece como si disfrutara pegando a los morosos; como si fuera más allá del mero cumplimiento de un encargo. Se lo puede ver disfrutar mientras le aprieta el cuello a algún desdichado empresario que no se imaginaba la que se le iba a venir encima. O aquel día que empezó a tirarle de la oreja a un moroso que se empeñaba en no escucharle, hasta que se la dejó medio arrancada. La mirada de Gjergj denotaba en esos casos satisfacción, deleite. Sus compañeros no entendían cómo alguien tan bonachón fuera del trabajo, podía ser un 'killer' de esa magnitud. 
En realidad, hay muchas cosas que ni sus compañeros ni su jefe, ni nadie, sabe sobre Gjergj. Cuando no está trabajando, lo que más le gusta es desaparecer de la vista de todos e irse a su casa, a la cual, por cierto, nunca ha invitado a ninguno de sus compañeros. Cuando éstos bromean sobre por qué no quiere nunca que vaya nadie a verlo a su casa, él siempre les sale con aquello de que la casa de un hombre es su castillo, y cuando está en su castillo, quiere estar a su bola. Su hermetismo, por supuesto, provoca todo tipo de recelos y especulaciones. Entre los cuchicheos preferidos de sus compañeros está el de que Gjergj es gay, y tiene su casa llena de velitas y de cuadros de Santos desnudos, y a saber si no vivirá con un novio. 
No saben los pobres ignorantes que lo que Gjergj esconde es algo de una dimensión y naturaleza que a ellos nunca se les podría pasar por la cabeza. Cuando no está trabajando, se dedica a buscar animales heridos por todo Valencia, sobre todo por su barrio. Los lleva a su casa y allí los cura y les proporciona resguardo. Gjergj es un amante de los animales, y no soporta verlos sufrir. En el jardín de su casa conviven perros con patas rotas, gatos a los que les faltan dientes, pájaros que no pueden volar, todo tipo de animalitos que han encontrado en la casa de Gjergj un santuario donde lamerse sus heridas, literal y espiritualmente. 
A Gjergj lo que más le duele es la certeza de que, en muchas ocasiones, las heridas de sus queridos inquilinos han sido provocadas por el maltrato animal. No hay nada que más le enfurezca que imaginarse a un ser humano maltratando a una indefensa mascota. Lo peor de todo es que en ocasiones lo ha visto con sus propios ojos, y, claro, se lo ha hecho pagar a sus dueños. Cada vez que recoge un animal herido de la calle, siente como la ira se acumula en su interiorLo inunda un deseo de venganza contra la raza humana, maltratadora por antonomasia. Y es a la hora de realizar una cobranza en nombre de su empresa que puede dar rienda suelta a todo su odio. Los morosos a los que envía su jefe a amedrentar, pagan por los sufrimientos de los pobres animalitos a los que cuida. ¿Cómo podrían los idiotas de sus compañeros entenderlo? Así es Gjergj, un humano de la peor calaña; un animal de gran corazón.

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