Día 68

Camilo revisaba el correo electrónico en su casa del sevillano barrio de Camas. Dolores, su mujer, había ido a llevar a sus hijas a un campamento. Tenían el fin de semana para ellos; lo tenía todo planeado. Cuando volviera Dolores, a eso de la una, tomarían un aperitivito en el jardín, unas cervezas y unas olivas, y, después, con el puntito en el cuerpo, se entregarían a los placeres conyugales, antes de recibir el pedido de hamburguesas que había realizado por teléfono en su hamburguesería habitual, no muy lejos de la urbanización. Las había pedido para que se las trajeran cuando cerraran, que solía ser a eso de las cuatro de la tarde. 
Un plan perfecto, sí señor. Camilo prefería mil veces el sexo matutino, o a primera hora de la tarde, al vespertino. Siempre decía que llegaba al final del día con la batería justa, lo que no le permitía disfrutar del momento como la ocasión merecía. A Dolores le daba igual mañana que tarde que noche, mientras estuviera bien servida. El tema era que, durante la semana con el trabajo, y el fin de semana con las niñas, mantener relaciones durante el día era algo quimérico. Por eso, los fines de semana de campamento, como éste, había que aprovecharlos al máximo. 
A la retozadura de antes de comer, la llamaba Camilo pinchito del carnero. aludiendo al nombre que se le suele dar a la siesta que se realiza en ese momento del día. Pero aún quedaba un buen rato para eso. Antes de cerrar el correo, Camilo vio un mensaje que había esquivado la carpeta de spam, sobre horóscopos personalizados. No creía en esas cosas, a diferencia de Dolores, de quien se mofaba cuando la veía consultar el horóscopo diario al que estaba suscrita en línea. Sin embargo, como tantas personas que no creen en ello, y amparándose en la ausencia de Dolores y de sus hijas, Camilo no pudo vencer la curiosidad de echar un vistazo. 
Resultó que era, efectivamente, un horóscopo a la carta, como prometía el asunto del mensaje. Entrando en una dirección web, era necesario introducir datos personales tales como día de nacimiento, año, hora, si se sabía, etc. Cuanta más información se añadiera, más exacto sería el pronóstico. Camilo introdujo toda la información de la que era conocedor. Sabía perfectamente su hora de nacimiento, porque su madre siempre le había recordado que vino al mundo tres minutos antes de la medianoche. Todo esto lo estaba haciendo, por supuesto, para poder reírse del vaticinio que hiciera el horóscopo. 
En cuanto puso todos los datos, le dio a enviar. Tras unos segundos contemplando un reloj de arena dando vueltas, recibió su respuesta: Hoy comerás pescadoLa carcajada de Camilo debió resonar en toda la urbanización. No había visto una memez tan grande en su vida. Le daban ganas de restregárselo a Dolores en la cara cuando volviera de dejar a las niñas. Para que viera hasta qué punto pueden ser estúpidos los horóscopos. Pero no, mejor no tentar a la suerte. A ver si se iba a quedar sin pinchito del carnero. 
No podía dejar de pensar en la frase, hoy comerás pescado. Vamos, que, si hubiera encargado unos calamares, seguro que le había salido que se iba a comer un chuletón. No es que no le gustara el pescado, es que hoy justo no iba a comer pescado. Las hamburguesas ya estaban encargadas y por las noches no solía tomar más que un par de piezas de fruta. En cualquier caso, hacía tiempo que no se reía tanto. 'Gracias, horóscopo a la carta'. 
Treinta minutos después llegó Dolores. Camilo ya tenía el aperitivo preparado en el jardín; un tazón de olivas y una litrona, que les daría para tomarse un par de copas de cerveza cada uno; como dos chiquillos. Un poco antes de las tresDolores subió a ducharse, mientras Camilo apuraba su cerveza. Un cuarto de hora después, aproximadamente, fue el turno de Camilo. A las tres y cuarto, el feliz y amoroso matrimonio se aprestaba a pasar un 'ratito canalla', como también le gustaba llamarlo a Camilo. 
En pleno preludio amoroso, sonó el timbre. No podía ser, pensaron ambos, las hamburguesas tienen que tardar como poco media hora más. Camilo se acercó a la ventana y, desde allí, vio a Pedro, el dueño de la hamburguesería, esperando en la puerta del jardín, con una bolsa blanca en una mano y el datáfono en la otra. '¿Qué haces aquí tan pronto?', gritó Claudio desde la ventana. 'Es que no había gente ya, y he cerrado antes. No te he avisado porque, como hay confianza...' '... da asco, completó Camilo para sus adentrosÉste cerró la ventana de no muy buen humor, mientras pensaba 'a tomar por saco, el pinchito del carnero, y se dirigió hacia las escaleras para bajar a por sus hamburguesas. 
No supo muy bien cómo fue. Un resbalón, un pie mal puesto, el caso es que bajó los últimos seis escalones prácticamente rodando. Dolores acudió alarmada, y pidió a Pedro que la ayudara. Parecía que no tenía nada roto, pero sí un fuerte golpe en la cabeza; era necesario llamar a una ambulancia. Cuarenta y cinco minutos después, Pedro yacía en una cama del hospital San Juan de Dios. Allí confirmaron que, efectivamente, no se había roto nada. sin embargo, era necesario aplicar el protocolo de conmoción cerebral, por lo que debía permanecer en observación hasta el día siguiente. Esa noche la pasaría en el hospital. 
A eso de las ocho, a Camilo ya se le había pasado bastante el aturdimiento que había sentido desde su caída. No habían querido decir nada a sus niñas para no alarmarlas y, sobre todo, para que pudieran disfrutar de su fin de semana en el campamento. Dolores estaba en la habitación del hospital, junto a su marido. Estaban pasando una jornada juntos de una manera muy distinta a como se habían imaginado. Al menos, habían tenido suerte de que les tocara una habitación individual. Un poco después de las ocho, llamaron a la puerta y, sin esperar respuesta, un celador entró empujando el carro de la cena. El horóscopo no se equivocaba; hoy comería pescado.

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