Día 67

Christopher y Kazuki son profesores de lingüística en la Universidad Politécnica de Hong Kong. Sueco el uno y japonés el otro, les une una larga amistad que los ha llevado, entre otras cosas, a invertir en la adquisición de una propiedad conjunta en la provincia española de PontevedraJesús, el marido de Kazuki, es de la zona. En uno de los numerosos viajes de éste para visitar a Jesús, cuando todavía eran novios, vio una buena oportunidad de inversión en una casa situada en la aldea de Búa. La casa necesitaba muchas reformas, pero estaba a muy buen precio, y a Kazuki le pareció un buen sitio donde pasar el día de mañana su vida de jubilado, ya no tan lejana, cerca de su pareja. 
Unas semanas después, el propio Kazuki y Christopher, a quieaquél había puesto en detalles sobre la propiedad y la posible operación, firmaban la compra de la vetusta vivienda. Poco a poco, a pesar de la distancia, y gracias a las múltiples idas y venidas desde Hong Kong y a los contactos de Jesús en la zona, la renovación fue cobrando forma. Todavía quedaban unas cuantas cosas por hacer, como ese baño que parecía que nunca estaría terminado, pero la casa ya estaba más que habitable. 
A los dos les pilló la cuarentena provocada por el coronavirus en Búa. Kazuki estaba pasando unos días con Jesús y Christopher andaba casualmente en España, por la zona de Marbella, detrás de la adquisición de otra propiedad. Cuando se decretó el cierre de fronteras, Christopher se dirigió a Búa, dónde se reuniría con Kazuki y Jesús. La estancia le serviría, entre otras cosas, para curar su maltrecha espalda, víctima de un ataque agudo de ciática que lo tenía medio inmovilizado. Afortunadamente, en este viaje se había traído a su mascota, un perro llamado Don Juan. Por lo menos no tendría la preocupación de que alguien se lo tuviera que cuidar en la distancia. 
Resultaba realmente plácida la vida en Búa mientras duraba la cuarentena, la cual se acabaría extendiendo durante bastantes más semanas de lo que parecía en un principio. Era un placer levantarse por las mañanas escuchando el canto de los pájaros, y embriagarse de los olores que llegaban desde los campos aledaños. Cada mañana, veían pasar en su tractor a Cirilo, un agricultor de 85 años, que, aunque jubilado, había tenido que volver a echarse al campo ante la larga enfermedad por la que estaba pasando su hijo. Cirilo estaba muy orgulloso del tractor. Lo había comprado su vástago hacía unos seis meses, y disponía de la más alta tecnología; no solo la esperable en maquinaria de campo sino adelantos como ordenador de a bordo, etcétera. Era posible hasta conectarse a Internet y navegar como desde un ordenador convencional o un teléfono móvil. 
En la casa, Kazuki y Christopher llevaban a cabo toda su labor docente y de investigación. Pasaban largas horas cada día preparando material para sus clases a distancia, con sus alumnos de Hong Kong, e impartiendo las clases a través de las aulas virtuales proporcionadas por la Universidad. Hacían lo mismo que tendrían que estar haciendo si estuvieran en Hong Kong, pero con la suerte de poder estar disfrutando de su casa de campo pontevedresa. Dentro de lo que cabe, habían tenido suerte. Además, poco a poco, Christopher había ido dejando atrás sus problemas con la ciática. Aun así, todavía se movía con dificultad, y era Kazuki quién se encargaba de labores tan esenciales como hacer la compra. 
No parecía tener fin la cuarentena; y, en esto, llegaron los exámenes finales. Como tantos otros profesores de centros de enseñanza de todo el mundo, Christopher y Kazuki se entregaron a la ingente tarea de preparar exámenes a distancia para sus estudiantes. Estos se llevarían a cabo a través de la misma plataforma que habían utilizado para impartir sus clases, siguiendo unos estrictos protocolos marcados por la Universidad. Ambos tenían programado su primer examen para el mismo día a la misma hora, casualmente. La noche anterior al examen, tenían todos sus materiales preparados para conectarse a las ocho y media de la mañana del día siguiente con sus estudiantes. 
Tras una plácida noche, como tantas otras en Búa, de sueño reparador, Kazuki se levantó alarmado. Jesús le acababa de llamar por teléfono desde la ciudad de Pontevedra, donde se encontraba desde la noche anterior, debido a unos trámites que debía realizar en el Ayuntamiento esa misma mañana. Jesús le dijo a Kazuki que le acaban de telefonear desde su casa, al lado de Búa, para decirle que había habido un apagón general en toda la zona. Llevaban dos horas sin electricidad por culpa de un fallo generalizado y no se sabía muy bien cuándo podría restablecerse el servicio. A Kazuki se le erizó el pelo, y corrió a despertar a Christopher para informarle de lo que estaba pasando. Sin electricidad, iba a ser muy difícil poder conectarse para hacer el examen con sus estudiantes. 
En una aldea como Búa, si no estabas conectado al Internet de la casa, era muy difícil coger la señal de datos. Los vecinos llevaban años quejándose de la poca cobertura que tenían, sobre todo dentro de las viviendas. Pero, claro, a quién le importaba una aldea tan pequeña. Sin electricidad, no había wifi. La única manera de conectarse a la red en caso de apagón era conectándose por cable directamente a Internet. Pero la fatalidad quiso que ni Christopher ni Kazuki hubieran previsto tener un cable de conexión a Internet con ellos. Siempre usaban la wifi. Jesús podría traerles un cable de conexión de Pontevedra, pero ¿cómo conseguir uno antes de las ocho y media, y hacérselo llegar, además, a tiempo para el examen? 
No pintaba nada bien la cosa. La Universidad exigía que los profesores estuvieran conectados al aula virtual mientras sus estudiantes hacían el examen. Sin profesor, no había examen. Una hora antes de la hora fijada, la luz seguía sin volver, y era imposible saber cuándo lo haría. Kazuki y Christopher se miraban incrédulos. Don Juan correteaba nervioso por la casa; notaba que algo no iba bien. De repente, Kazuki tuvo una idea: ¡El tractor de Cirilo! Christopher lo miró esperanzado, comprendiendo perfectamente lo que su buen amigo quería decir. 
A los pocos minutos, Kazuki empujaba la silla de ruedas de Christopher, quien aún no estaba tan repuesto como para poder correr hasta el campo de coles donde labraba Cirilo. Respiraron aliviados cuando divisaron el tractor. Cirilo los saludó desde lejos y condujo hasta ellos. Kazuki le explicó la situación. El anciano agricultor no entendía nada, pero accedió a bajarse del tractor y sentarse en la silla de Christopher mientras sus dos exóticos vecinos manipulaban el ordenador de su imponente vehículo de labranzaKazuki consiguió, sin saber muy bien cómo, establecer una doble conexión, de manera que se pudieran alternar en la comunicación con los estudiantes y la monitorización de sus respectivos exámenes. Cirilo los miraba desde la silla de Christopher, entre intrigado y divertido... Y así es como un centenar de estudiantes de la Universidad Politécnica de Hong Kong pudieron realizar su examen, mientras sus profesores ejercían sus labores de control desde el interior de un tractor perdido en la campiña pontevedresa.

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