Día 66

Cuentan que, cuando se visita el valle del Rift, en África oriental, se experimenta una emoción indescriptible, como si algo dentro de nosotros se identificara con la que se considera nuestra cuna, como humanos que somos. Es como si una impronta genética se hubiera transmitido a lo largo de los siglos, llegando intacta hasta nuestros días y permitiéndonos identificar el lugar de nacimiento de nuestra especie, desde donde se propagó a todos los confines del planeta. El encuentro con sus orígenes no puede dejar indiferente a nadie. 
Una historia relacionada con esto está acaeciendo hoy mismo en Talamanca de Jarama, joya escondida de la Comunidad de Madrid. Joya, por la gran cantidad de patrimonio histórico que atesora, quinta población más rica de la Comunidad en este sentido. Escondida, porque hay mucha gente que bien ignora la existencia de este hermoso pueblo, bien, habiendo oído hablar de él, nunca ha sentido la curiosidad de acercarse. De hecho, muchos madrileños, al oír hablar de Talamanca de Jarama, lo asocian con la zona sureste de Madrid, cuando en realidad se encuentra a poco más de media hora de la capital, por carretera, en dirección noreste. 
A uno de esos madrileños que nunca han oído hablar de Talamanca, le toca hoy romper el maleficio. Se trata de Paco Pérez, del barrio de Carabanchel y a mucha honra, como diría él. Paco tiene 45 años, soltero empedernido, tan orgulloso de ello como de su barrio. No le interesa mucho el turismo, ni el arte, ni descubrir nuevos sitios, pero hace un par de días vio en un bar de Carabanchel un anuncio de excursión guiada a Talamanca de Jarama, y le llamó la atención el descubrir, a través del mismo anuncio, lo cerca que estaba de Madrid y que no le sonara de nada. 
Rompiendo su costumbre de no embarcarse en visitas guiadas, llamó al teléfono que figuraba en el anuncio y reservó una plaza. 'Total, 45 euros por desplazamiento, visita y comida, no está nada mal. Y además estamos de vuelta a tiempo para ver el fútbol', les dijo Paco a dos de sus amigos, para ver si los convencía de que lo acompañasen. Pero no hubo suerte. Aunque tampoco ninguno de los dos había escuchado jamás hablar de Talamanca de Jarama, la llamada de lo desconocido no ejerció ninguna influencia sobre ellos. Paco se iría solo. No le hacía mucha gracia, pero, en fin, igual hasta conocía gente interesante. 
En el autobús de camino a Talamanca, Paco contempla el paisaje a su alrededor. Acaban de dejar la autovía que lleva hasta Burgos y están llegando a la rotonda que distribuye el tráfico hacia Paracuellos del Jarama, por un lado, Alcalá de Henares por otro, seguido de Algete, y, por último, Fuente el Saz de Jarama, salida que toma el autobús. Jamás se hubiera imaginado que existiera un punto desde donde se pudiera ir a estos sitios tan dispares. Por otro lado, Algete le suena, pero nunca ha estado ni siquiera cerca de ir allí. Lo de Fuente el Saz de Jarama, bueno, remotamente, tal vez. Ntiene ocasión de ver Fuente el Saz porque el autobús ha tomado la variante, para evitar atravesarlo. Siguientes destinos, Valdetorres de Jarama, villa octogonal romana, como orgullosamente reza el cartel de la entrada, y, por último, Talamanca de Jarama. 
Noa, la guía de la excursión, comenta por el micrófono, señalando la cartelería que puede apreciarse a ambos lados de la carretera, que Talamanca de Cine es un festival que se celebra cada año, en el que se premia a alguien relacionado con la industria cinematográfica y que haya rodado en la propia Talamanca. Primera sorpresa para Paco: Talamanca es un plató de rodaje cinematográfico y, entre las películas y series que según Noa se han rodado aquí, se encuentra una de sus favoritas, Águila Roja. Bueno, se dice, será una buena oportunidad de ver si reconozco algún escenario. 
Tras descender del autobús, se dirigen al edificio que alberga tanto al Ayuntamiento como a la Biblioteca Municipal. Se trata de las antiguas caballerizas del duque de Osuna. 'Curioso, piensa Paco, es como si este edificio lo conociera yo de algo; como si hubiera estado aquí alguna vez. Pero estoy seguro de no haber estado en este pueblo en mi vida. Se parecerá algún otro edificio histórico de la misma época que haya visto antes'. En cualquier caso, tanto Paco como el resto de excursionistas quedan gratamente impresionados tanto por el exterior como, sobre todo, por el interior del magníficamente conservado edificio. 
El siguiente lugar que visitan, tras recorrer a pie parte del pueblo, atravesando la puerta de la Tostonera, es el popularmente conocido por los habitantes del pueblo como Morabito, restos de un ábside mudéjar, de donde toma su nombre, o eso le ha parecido entender a Paco, quien sigue teniendo la extraña sensación de que todo lo que está viendo le resulta familiar. Tras el Morabito se dirigen a la Cartuja, monasterio del siglo XXVII, que en su momento hizo funciones de granja dependiente del Monasterio del Paular. Aquí, Paco ya no puede ignorar sus sensaciones. Definitivamente, siente un vínculo estrecho con todo lo que está visitando, y encontrarse dentro de la Cartuja la emociona de una manera como no recuerda haber sentido antes. 
No es capaz de comprender qué es lo que le está pasando. Siente un vínculo, una atracción hacia todo lo que está viendo que escapa a lo racional. Esta sensación llega a su momento álgido cuando entran en la iglesia de San Juan, con su impresionante ábside románico. Paco se siente transportado a otro tiempo, a otra época. siente como si estuviera realizando un viaje a través de los siglos. Cierto que no está muy acostumbrado a visitar lugares históricos, pero no cree que sea normal esta emoción que lo desborda. Después de la iglesia de San Juan, visitan otros lugares de interés de Talamanca, incluyendo su Puente Romano, imponente ejemplo de arquitectura medieval. Pero a Paco ya le cuesta trabajo digerir más información, nuevos conocimientos. Está en una especie de estado de shock, por las sensaciones que lo embargan. 
A la hora de comer, Paco comparte mesa con varios de los excursionistas en un simpático restaurante local que imita a un castillo medieval. Los comensales dan buena cuenta de un exquisito asado de cordero. Paco, normalmente buen comedor, no es capaz sin embargo en esta ocasión de centrarse en la comida. Está demasiado impresionado por el torrente de sensaciones que lo han inundado en las últimas horas y que lo siguen apabullando. El resto de la tarde transcurre en una especie de nebulosa. A eso de las seis, todos los excursionistas suben de nuevo al autobús para regresar a Madrid. Y así parte de su recién descubierta Talamanca, de camino a casa, Paco Pérez, descendiente directo, aunque él lo ignora, de Francisco Pérez, clérigo presbítero y teniente cura de la parroquia de San Juan. Figura prominente de la Talamanca del siglo XVII, tuvo un hijo secreto con una lavandera de la villa. Siete generaciones después, un Pérez ha vuelto a Talamanca y experimentado la emoción del encuentro con su pasado.

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