Día 65

Cinco años lleva ya Mario viviendo en Lisboa. Cómo pasa el tiempo; parece que fue ayer que lo destinó a la capital portuguesa la empresa de informática para la que lleva trabajando desde que hace unos diez años se licenció de la Universidad. Cinco años en Lisboa, muy tranquilos, casi diríase de calma chicha, como siempre ha sido su vida. La única novia que ha tenido en su vida, allá por sus años de estudiante universitario, lo dejó por aburrido.  Pero él no va a cambiar. Es su manera de vivir feliz, sin sobresaltos. 
Una cosa es que sea aburrido y otra muy distinta es que no le guste disfrutar de la vida. Claro que le gusta, y mucho. De hecho, se considera muy afortunado de haber tenido la oportunidad de vivir en Lisboa. Adora cada rincón de la ciudad y le encanta empaparse de sus olores, de sus sonidos. Hace un año tuvo la oportunidad de volverse a Madrid, pero ¿para qué? Nadie lo espera realmente, y los que quieren verlo, vienen a Lisboa. Lisboa es para Mario como una novia. Una novia perfecta, que te da mucho y te pide muy poco. No sabe muy bien por qué piensa eso, pero le divierte cada vez que le viene a la cabeza. 
A los encantos de vivir en Lisboa contribuye grandemente una de las aficiones favoritas de Mario, probablemente su actividad preferida, desplazarse en taxi. Los taxis lisboetas tienen fama por su buen servicio y mejor precio. Viniendo de Madrid, una de las primeras cosas que le chocaron a Mario fue ver tantos taxis de gama alta. Mucho Mercedes. Bastante vetustos la mayoría, pero Mercedes, al fin y al cabo. Le encanta la sensación de entrar en un coche tan espacioso y deslizarse por sus asientos de cuero. Se siente especial, como si tuviera un coche con chófer privado. 
Raro es el día que no toma un taxi. Algún fin de semana, cuando no trabaja, si se siente perezoso y no le apetece salir a ninguna parte. Si no, no falta a su cita diaria con los taxis de Lisboa, normalmente un mínimo de dos veces, y con frecuencia más. El trayecto de casa al trabajo y del trabajo a casa lo hace siempre en taxi. Viviendo en la zona de Benfica y trabajando al lado de Marqués de Pombal, el taxi es sin duda la mejor opción. En diez minutos mal contados, si no hay problemas de tráfico, se presenta del uno al otro lado. Justo el tiempo de poder deleitarse mirando los encantos de la ciudad de Pessoa. 
En algunas ocasiones, cuando no le apetece ir a casa justo después del trabajo, coge el taxi en dirección a Barrio Alto. En realidad, es un paseo muy agradable, pero Mario prefiere ser fiel a sus taxistas y, una vez en Barrio Alto, darse un paseo por allí, pasando al Chiado, y metiéndose en algún restaurante típico para cenar alguno de los pescados asociados con Lisboa: unas sardinas, un bacalao o, su preferido, rape. Y es que, aunque siempre le ha gustado el rape, le gusta aún más desde que vive en Portugal. Siempre le ha parecido muy fea la palabra española rape’. El nombre portugués, sin embargo, 'tamboril', lo hace mucho más atractivo para los sentidos. Como le ocurre con tantas cosas, no sabría decir muy bien por qué, pero en su opinión es mucho más grato comerse un tamboril que un rape. 
Nunca le deja indiferente la zona del Chiado; pasear por sus calles es para Mario un auténtico deleite. Las tiendas, las cafeterías, los museos y, sobre todo, el ambiente. A veces, en primavera y verano, ha llegado a pasarse dos o tres horas pateando sus calles, sin sentir el tiempo pasar. Eso sí, después de su cena y su paseo, siempre se dirige a una parada de taxis y allí busca los mágicos colores negro y verde, representativos de los mismos. Si tiene suerte, encontrará uno todavía con el color crema antiguo. Cuando llegó a Lisboa, la mayoría eran así, pero ya van quedando cada vez menos. Para Mario, poder montarse en un taxi color crema es como comerse un M&M azul. 
Tras una de sus escapadas al Chiado, hace aproximadamente un mes, Mario se dirigió a su parada de taxis habitual. Allí entró en un Mercedes, había tenido suerte, de color crema. Lo conducía una joven. Es cada vez más habitual ver mujeres al volante de un taxi en Lisboa, aunque todavía sigue siendo una especie de excepción. El espejo retrovisor le devolvía unos bonitos ojos de un negro intenso, que hacían perfecto juego con el cabello azabache de su chófer de turno. El trayecto fue muy agradable. Los algo menos de veinte minutos que tardaron en llegar hasta su casa pasaron en distendida conversación. Ella era también informática; recién licenciada, de hecho. Mientras encontraba un trabajo que le interesara, conducía el taxi de su padre, recién jubilado. Se había sacado la licencia mientras estudiaba en la universidad y ahora se alegraba de haberlo hecho. 
En el momento de bajar del taxi esa noche, Mario sintió un impulso. Le pregunto a Fátima, así se llamaba la taxista, si le gustaría recogerlo cada día en su trabajo, para llevarlo a casa, pues se había enterado durante la conversación de que ella siempre hacía el turno de tarde. Así lo convinieron y, desde entonces, Mario y Fátima se ven todos los días a las cinco de la tarde, hora a la que él sale de trabajar, y pasan diez minutos que a Mario le saben a gloria bendita hasta llegar a Benfica. Si un día Fátima no puede, lo avisa, y Mario se dirige a la que normalmente sería su parada habitual a tomar otro taxi. Esos días, a Mario le falta algo. En su interior, desea que ella sienta lo mismo. 
No se quiere hacer ilusiones Mario. Pero no puede evitar pensar que los minutos que pasan juntos en el taxi están cargados de magia, no solo para él sino también para ella. Hoy, ha decidido dar un paso más. Le pedirá a Fátima que lo lleve a Barrio Alto. Cuando lleguen allí, le preguntará si quiere cenar con él. Lo que para otra persona podría ser algo relativamente trivial, para un hombre como Mario, que siempre ha huido de los sobresaltos y los riesgos, supone una especie de salto en paracaídas. El corazón le late acelerado mientras baja en el ascensor hasta la calle, donde a buen seguro está ya esperando Fátima, su angelito lisboeta. 
Al sentarse en el asiento trasero y mirar, como de costumbre, el reflejo de Fátima en el espejo retrovisor, no puede evitar constatar que ésta ha puesto más esmero del habitual en su maquillaje. Está realmente bella, irresistible. ¿Habrá tenido una corazonada? O, por el contrario, ¿se estará haciendo él ilusiones y resulta que ha quedado con otro hombre? Da igual, hoy es el gran día. Hoy lo va a intentar. Todo está de su lado. Lisboa es su ciudad del alma, los taxis su calesa, y el Chiado su paraíso en la tierra. Fátima será la guinda sobre el pastel. Tres cuartos de hora después, Fátima y Mario, dos informáticos a los que sus amistades llaman aburridos, comparten una mesa para dos en un escondido restaurante del Chiado y cruzan sus miradas cómplices mientras degustan un delicioso tamboril regado con un exquisito Vinho Verde.

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