Día 62

Cuando Daniel pensaba que nunca podría encontrar solaz para su lacerada alma, el descubrimiento del vudú tuvo un efecto balsámico sobre su vida de dimensiones inimaginadas. Un amigo haitiano, bueno, mejor dicho, un conocido de un bar de Ciudad Real, donde vive, le habló un día de esta religión ancestral originaria de África Occidental. Martin, así se llama este conocido, al que hace ya en realidad bastante tiempo que no ve, se esmeró en explicarle muy bien los distintos y complejos aspectos de esta religión, de los cuales el justiciero es el que más calado ha tenido en la imaginación popular. De la misma forma que la práctica conocida por el mismo nombre de la religión ha sido simplificada y desvirtuada repetidas veces, la mente alterada de Daniel solo se quedó con la parte ritual que le interesaba. 
Un hombre que lo ha perdido todo. Así se considera a sí mismo Daniel. Su mujer lo dejó hace un par de años por su mejor amigo, después de que Daniel le hubiera pagado a éste una estancia en una clínica de desintoxicación. Se quedó no solo sin su mujer, sino también sin sus dos hijos, ya que la ingrata de Encarna, bueno, sus abogados, convencieron al señor juez de que el padre de las criaturas no estaba en su sano juicio. Y claro, con la sentencia vino también la orden de pasarle a su exmujer una pensión de 600 euros mensuales en concepto de pensión de alimentos. Todo esto, y una serie de traiciones muy dolorosas por parte de aquellos que él creía amigos, ha desembocado en su actual situación de desesperación, a lo que tampoco ha ayudado la pérdida de su trabajo como encargado de un muelle de descarga en unos grandes almacenes. 
A raíz del despido, Daniel empezó a hacer algo que había estado evitando: Comenzó a beber más de la cuenta, lo que tampoco ayudó a mejorar su maltrecha economía. Sin embargo, en una de sus visitas, cada vez más frecuentes, al bar de su barrio, tuvo la suerte de dar con Martin. En medio de sus conversaciones de borrachines, salió el tema de la religión, y ahí fue donde Daniel vio abrirse las puertas del cielo. Vamos, que no entend nada de lo que le contó su compañero de fatigas. Simplemente vio en el vudú la oportunidad de vengarse de todos sus malhechores y poder, así, encontrar la paz. 
Raudo acudió, tras su conversación con Martin, a comprar una muñeca que le pudiera servir para sus propósitos. Por supuesto, no buscó una muñeca específica de vudú. Cualquier muñeca valdría, y, además, no quería tener que darle explicaciones a nadie de por qué buscaba un tipo específico. El caso es que encontró algo, no sabía muy bien si era un muñeco o una muñeca, desprovisto de rasgos faciales, y que se le antojó perfecto para llevar a cabo su plan de limpieza espiritual y justicia cósmica. 
En el salón de su casa, sentado en el sofá, las persianas a medio bajar y las cortinas echadas, Daniel sostiene entre sus manos su nueva adquisición. A su derecha, se encuentra una caja de plástico llena de largas agujas. Le da un poco de reparo lo que está a punto de hacer; por eso se ha tomado dos vodkas con naranja, que lo han puesto en el estado de ánimo apropiado para acometer su empresa. Son las ocho de la tarde de un sábado de mediados de junio. Una nueva vida está a punto de comenzar para Daniel, el improvisado santero vudú. 
No tiene ninguna duda de quién ha de ser el primer destinatario de sus acciones justicieras. Está claro: Encarna. Esa Encarna que cuando venían bien dadas siempre estuvo de su lado y en cuanto empezó a verlo flaquear, no dudo en traicionarlo, y con su mejor amigo, además. Y el dejarlo sin sus hijos, eso sí que es imperdonable. Ya solo siente odio hacia ella; y está a un paso de poder librarse de ese odio y olvidarla para siempre. Una aguja atraviesa el corazón de la muñeca. Si no acaba con la vida de Encarna, acabará con su felicidad. Sea literal o figurado, su corazón ha quedado destrozado para siempre, se regodea Daniel. 
También es merecedor de sus iras su antiguo amigo Joaquín. El ingrato Joaquín. Cómo iba a imaginarse Daniel que, después de gastarse sus ahorros en la clínica de desintoxicación del que era entonces, o al menos eso creía, su mejor amigo, éste lo iba a apuñalar por la espalda de la manera que lo hizo. Esto le dolió a Daniel más incluso que lo de su mujer. Lo hizo sentir que nada en esta vida tenía sentido, que no te puedes fiar de nadie. Lo culpa a él, más que a Encarna, de su propia caída en desgracia‘Tú me habrás apuñalado por la espalda, piensa Daniel, pues aquí tienes una buena dosis de tu propia medicina, grita con voz de loco, mientras hunde una de las agujas en la parte posterior de la muñeca. 
En tercer lugar, va su antiguo jefe, don Ramón. Más de veinte años entregado a la empresa, sin haber dado nunca lugar la más mínima queja, y, ahora, porque ha llegado algunos días tarde, lo ha tratado como a un don nadie. ‘Sabiendo, además, como sabía que estoy pasando una mala racha personal. ¿Tan difícil es ponerse en la piel de otro y tratar de comprenderlo? Menudo vendido. Menudo malnacido. Espero que alguna vez te veas en la misma situación por la que estoy atravesando yo. Pero de momento, toma del frasco, Carrasco. Una aguja entra de abajo a arriba por la entrepierna de la muñeca. 
No se puede olvidar de sus otros amigos, que le han dado la espalda cuando más lo necesitaba. ‘Otros que no han sabido ponerse en mi lugar, que no se acuerdan de cuando éramos jóvenes y yo fui el primero en ganarme bien la vida. ¡Cuántas veces les eché un cable! Pero claro, ahora es muy fácil quedar bien con sus mujeres y no juntarse con el borrachín de Daniel. Borrachín, ¡me cago en todos vuestros muertos!¡estas agujas son a vuestra salud!  exclamando lo cual procede a perforar el lugar donde deberían de haber estado los ojos de la muñeca si hubiera tenido facciones. 
A Daniel le está empezando a resultar altamente gratificante la recién descubierta práctica santera. Puede sentir cómo se derrumban las vidas de todos aquellos que han destrozado la suya. Reprime la tentación de dedicarle una aguja al juez que lo condenóAl fin y al cabo, no estaba más que cumpliendo su trabajo. Pero su delirio justiciero lo empuja a asegurarse de no dejar sin castigo a nadie que se lo merezca, por lo que decide atravesar con varias agujas el cuello de la muñeca, dedicando esta traca final a quienquiera que haya sido la persona que más daño le haya hecho en su vida, aparte de los recién ajusticiados. El muñeco y la aguja caen de sus manos. Daniel yace moribundo en el sofá, víctima de un mortal espasmo traqueal.

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