Día 58

Claudia tiene dos madres: Cristina y Verónica. Éstas habían vivido juntas unos quince años cuando decidieron separarse. Cristina nunca había estado demasiado convencida de esa relación. En realidad, nunca había estado demasiado convencida de que le fueran las mujeres. Verónica, la primera y única mujer con la que tuvo una relación. siempre sintió que se había dejado arrastrar por el carisma de Cris. Fueron quince años relativamente felices, en cualquier caso. Pero en los últimos dos o tres años de la relación, Cristina se había sentido fuera de lugar; de repente algo no encajaba en su vida. 
Un buen día, Vero le dijo a Cris que ella no podía seguir con alguien por quien no se sentía querida. Cris, sin embargo, quería seguir con la relación; se sentía culpable por la hija que tenían en común, de 8 años. Claudia era sin duda lo mejor que les había pasado a ambas. Cris no tenía ningún problema con seguir formando una familia, pues la estabilidad emocional que le proporcionaba la vida familiar compensaba con creces la falta de deseo que sentía por su pareja. Pero para Vero eso no era suficiente; ella necesitaba una mujer a su lado que la hiciera sentirse querida. 
Así que decidieron separarse. Fue una separación bastante amistosa. Acordaron, sin ningún tipo de disputa, que Claudia se quedaría con Vero, pues fue ésta quien la había dado a luz, producto de una inseminación artificial. La niña tenía que estar con su madre biológica, eso estaba claro. Además, Cris se mudaría a un pisito muy cerca de la casa familiar, en el mismo Intxaurrondo. Todo por que Claudia no sintiera un gran cambio en su vida. Ella era lo más importante para sus dos madres y estas estaban dispuestas a hacer todo lo necesario para que la niña siquiera siendo feliz. 
Resultó aparentemente exitosa la estrategia de vivir cerca. Cris y Vero se alternaban para traer y llevar a la niña al colegio, así como a todas sus actividades extraescolares. Los fines de semana, Cris recogía al menos un día a Claudia y comían juntas en su casa o en algún restaurante de Donosti. Les encantaba caminar juntas desde Intxaurrondo hasta el centro de la ciudad, bordeando la Kursaal y atravesando el río Bidasoa. Al final del día, la devolvía a su casa, con Vero, pues Cris no disponía del espacio suficiente como para que Claudia se quedara con ella. Sí Vero tenía algún plan por la noche, Cris se quedaba en su antigua casa con Claudia, lo que no le importaba lo más mínimo. Todo lo contrario. 
El caso es que Vero conoció a alguien dos años después de la separación, y seis meses más tarde le informo a Cris de que se iba a mudar con Claudia a Bilbao, para comenzar una nueva vida con su pareja, quien vivía y trabajaba en la ciudad del Guernica. Ahí fue cuando realmente Vero y Cris sintieron que se estaban separando, sobre todo porque tuvieron que ocuparse de cuestiones financieras que hasta ese momento no se habían planteado muy en serio. Para que Vero se pudiera ir con Claudia a Bilbao y contribuir al alquiler del piso, nada barato, en el que iban a vivir con Edurne, la nueva pareja de Vero, fue necesario que Cris se volviera a la casa familiar, pues no podían permitirse estar pagando dos alquileres además de la cuantiosa hipoteca que habían contraído cuando compraron esa casa. 
No fueron tan fáciles las negociaciones de ese acuerdo económico como las de dos años y medio antes, cuando Cris había salido de la casa familiar. Ahora ambas iban a estar mucho más justas de dinero. Al final, claro, se pusieron de acuerdo, aunque Vero seguía insistiendo en que, al ser ella quien tenía a Claudia, merecía más de lo que habían acordado. Sin embargo, la ilusión de comenzar una nueva relación pesó más que las ganas de discutir por el tema económico. Finalmente, llegaron a un acuerdo verbal, el cual no se molestaron en oficializar, en primer lugar, porque, al no estar casadas, nunca hubo necesidad de un divorcio, y porque, desde la primera separación, sus acuerdos verbales habían funcionado perfectamente. 
Todo pareció ir bien al principio. Pero la relación de Vero y Edurne no duró mucho. Unos pocos meses después de irse a vivir juntas, se separaron, y Vero, a quien le gustaba mucho el ambiente de Bilbao, decidió buscarse un piso allí mismo para ella y Claudia. Los alquileres no eran nada baratos, lo que provocó que Vero fuera más consciente que unos meses antes de las estrecheces económicas que iba a pasar, a pesar de su buen sueldo como encargada de una cadena de tiendas de productos de belleza. Como resultado de esto, Vero empezó a pedir más dinero a Cris, quien hizo un esfuerzo, siempre por el bien de Claudia, el cual, sin embargo, a ojos de Vero no resultó suficiente. 
El Estado de paz y tranquilidad que había gobernado la separación de Vero y Cris se resquebrajó por las continuas exigencias económicas de la madre biológica de Claudia. El distanciamiento entre ambas se agudizó cuando Cris encontró al hombre de su vida, el cual, a los pocos meses de conocerla, se mudó a vivir con ella. Las peleas por cuestiones económicas entre las madres de Claudia llevaron a una ruptura total de relaciones entre ambas; dejaron de hablarse, sobre todo por el dolor que a Vero le suponía ver que su intento de reconstruir su vida sentimental había fracasado y Cris parecía vivir feliz con su nueva pareja, un hombre además, y en la que había sido, legalmente todavía era, su casa. 
No podía Vero soportar la aparente felicidad de Cris. Por ello, empezó a castigarla de la manera que más le iba a doler. Volvió a Claudia contra ella, hablándole de cómo su otra madre no se preocupaba por su bienestar, pues se gastaba todo el dinero con su nueva pareja y le daba igual lo que fuera de su hija. Además, con la excusa de la distancia entre Bilbao y Donosti, hizo todo lo posible por que Claudia quisiera ir a ver a Cris cada vez menos. Ésta, siempre muy flemática, esperó a que capeara el temporal. Las pocas veces que Vero le dejaba ver a Claudia no iba a marear a su hija contraargumentando a su otra madre. Poco a poco, la niña se iría haciendo mayor e iría viendo las cosas por sí misma. 
Así fueron pasando los años, y Claudia empezó a ser más autónoma. No necesitaba que nadie le diera permiso para ver o dejar de ver a su otra madre. Además, poco a poco comprendió que Vero no era ni mucho menos la santa por la que se hacía pasar a ojos de su hija. Ahora, cuanto más tiempo pasa con Cris, y con su marido, con el que ni se lleva ni se deja de llevar, más se da cuenta de lo injusta que ha sido su madre biológica con su otra madre. Siente la necesidad de recuperar el tiempo perdido. Cris sabía que este momento llegaría. no era más que cuestión de esperar. El tiempo acaba poniendo a cada uno en su lugar. 

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