Día 52
Collige, virgo, rosas, reza el tópico literario. No puedo evitar que me venga a la cabeza continuamente en estos primeros días de relajación del confinamiento, cuando salgo a dar un paseo y veo el campo exuberante de flores que han crecido a su libre albedrío sin humanos que las importunen. Además, se nota en la gente un deseo de comunicarse con la naturaleza. Se ve constantemente personas que se agachan, bien para oler las flores, bien para coger un ramillete de ellas y llevárselo a casa.
Una sensación de locus amoenus invade el ambiente. Parece como si nos hubiéramos olvidado de las prisas. Como si este largo período de confinamiento nos hubiera hecho en cierta manera apreciar el detalle, pararnos y respirar. No recuerdo haber visto nunca tanta gente empapándose de todo aquello que le rodea. Lo que antes podía ser un paseo sin más, ahora se convierte en un deleite para los sentidos.
Al entonar esta especie de oda a la vida retirada con la que me identifico estos días por vivir en un pequeño pueblo que, en ciertos aspectos, ha recobrado el aspecto que probablemente tenía hace mucho tiempo, no puedo dejar de pensar en uno de mis autores favoritos, Fray Luis de León, y, más concretamente, su celebérrima oda, precisamente, a la vida retirada.
Recuerda Fray Luis en su oda a los pocos sabios que eligieron la senda de la vida tranquila y descansada. Ya en aquella época, hablamos del siglo XVI, parecía ser una excepción ese tipo de vida. Más de cuatro siglos después, podemos imaginar que la situación es la misma multiplicada por... póngale usted el número. Con un poco de suerte, habremos salido de esta cuarentena más sabios, apreciando la tranquilidad, no echando de menos esas prisas que a ninguna parte conducen.
En uno de los pronunciamientos más famosos, no sólo de esta oda sino probablemente de toda su obra, el poeta agustino exclama:'¡Oh monte, oh fuente, oh río!' ¿no hemos sentido muchos de nosotros ganas de gritar lo mismo cuando por fin hemos podido salir de casa a dar un paseo? yo, desde luego a punto estuve de hacerlo hace dos días cuando me acerqué por primera vez en mucho tiempo a la chopera que hay a unos 300 metros de mi casa. No pude evitar, de hecho, grabar el paso del caudaloso río y el cimbrear de las ramas de los árboles. Al canto de Fray Luis yo le habría añadido en ese momento 'oh árbol'.
No sé cuánto tiempo tardaremos en olvidar esta cuarentena y, sobre todo, cuánto tiempo tardaremos en olvidar los aprendizajes que hayamos podido obtener de la misma. Antes de darnos cuenta, habremos vuelto a nuestra vida desasosegada, donde nos faltan las horas del día, donde damos por hecho todo lo que nos rodea, donde la naturaleza reclama en vano nuestra atención.
Tengo el firme propósito de, al menos por lo que a mí respecta, tratar de no volver a las andadas; de disfrutar de todo aquello que no he apreciado hasta que me he visto privado de ello. Ahora, al pasear, aprecio las margaritas, las amapolas, incluso los dientes de león, a los que antes solamente hacía caso cuando los veía volar una vez secos. Qué bonito el contraste de los amarillos y rojos de estas flores con el verde de los campos sin segar.
En una de las estrofas de su oda, Canta Fray Luis a las delicias de su huerto en la ladera del monte. Lo hace, por supuesto, con mucho hipérbaton, lo que ayuda a magnificar el efecto poético. Yo no tengo un huerto ni en la ladera del monte ni en el jardín de mi casa, aunque podría tenerlo. Lo que vendría a ser mi huerto es la chopera de la que hablaba antes. El huerto de Fray Luis muestra en esperanza el fruto cierto. El fruto que muestra mi vecina chopera son las recobradas hojas de sus ramas tras el frío invierno.
No fue de hecho hasta ayer que por primera vez me fijé en que los chopos de la chopera no son iguales que los chopos que se ven desde mi casa. Casi once años viviendo aquí y he tenido que pasar por una cuarentena para que me fije en cosas como esta. Dicen que nunca te acostarás sin saber una cosa más. Ayer yo aprendí, con la ayuda de Internet, eso sí, la diferencia entre los chopos blancos y los chopos negros. Mientras que éstos tienen corteza oscura y rugosa, aquéllos, los que se ven desde mi casa, tienen corteza lisa y clara, con hojas de envés muy pálido que, al ser sopladas por el viento, producen un efecto plateado.
Así que, gracias a fijarme un poquito en lo que tengo alrededor, he podido apreciar una diferencia que hasta el día de ayer era inexistente para mí. Mi mundo ahora es un poco más rico. Podrá no ser gran cosa, pero si adoptamos una actitud más reflexiva no solo hacia lo que nos rodea, sino también para con nosotros mismos, tal vez nos resulte más sencillo adaptarnos a situaciones como la que acabamos de vivir. En el peor de los casos, siempre nos quedará Fray Luis.
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