Día 51

Cincuenta y un días de cuarentena. Si llegamos a los sesenta, no podré comenzar el relato mencionando el número, pues no empezaría con la letra C. Podría hacerlo el día anterior y decir 'casi 60 días de cuarentena'. Sí, es una opción; creo que así lo haré si llega ese día, que todo apunta a que sí. Hoy toca un poco de diatriba insulsa. Me encuentro con poca imaginación como para una historia de ficción, y tampoco ando como para reflexiones profundas, aunque ya veremos cómo acaba esto. 
Un domingo distinto de los precedentes. Desde ayer podemos volver a empezar a salir de paseo y hacer deporte. Además, los que vivimos en el campo, en localidades pequeñas, no tenemos franjas horarias. La vida parece más normal que en la ciudad. Cada vez estoy más contento de estar pasando la cuarentena en un pueblecito. Todo son ventajas. Con un pequeño jardín como el que tengo, he podido ejercitarme y tomar el sol. Y ahora puedo salir todos los días a correr y ver las flores en el campo. 
A veces no puedo evitar sentirme un poco desconectado de todo lo que escucho sobre la pandemia. Aquí, alejado de la gran ciudad, todo se ve distinto. No se oyen ambulancias ni coches de policía. Cuando sales a comprar, ya observas que algo es distinto de lo habitual. Mucha gente con mascarilla, colas para entrar en el supermercado, no porque haya mucha gente, sino por respetar las distancias de seguridad. Si no fuera por eso, casi parecerían unas vacaciones. 
Resulta por eso un gran contraste cuando enciendo la radio o la televisión y oigo hablar de todo lo que está pasando. Los hospitales desbordados, ya mucho menos, afortunadamente; la tragedia de tantas y tantas familias que han perdido a seres queridos sin poder despedirlos. La situación de tantas otras familias que se ha quedado sin ingresos y han de recurrir a subsidios para poder sobrevivir. 
Es aún más estremecedor cuando escuchas las noticias que vienen de otras partes del planeta. Ciudades donde los cadáveres se amontonan en la calle, como Guayaquil. Países en los que muchas de sus gentes normalmente viven de lo que consiguen en el día a día y que, al no poder salir de sus casas, no pueden literalmente alimentar a sus familias, y menos aún soñar con ayudas estatales. 
No se puede negar, en cualquier caso, que una de las cosas que ha quedado más manifiesta en esta crisis es que los ciudadanos han estado muy por encima de sus políticos. Parecía imposible que tanta gente en todo el mundo fuera a respetar las consignas dadas. y la verdad es que, en general, los incidentes por desobediencia han sido muchos menos de los que cabría haber esperado. Supongo que habrá sido más por miedo a la enfermedad que a las fuerzas del orden, aunque en algunos países se haya actuado de forma violenta contra los que no han respetado el confinamiento. 
Tenía mucha gente miedo, de hecho, de que la cuarentena fuera a servir para que los estados se aprovechan de la situación, eliminando todos los derechos de los ciudadanos que les vinieran en gana, y así poder campar a sus anchas. Esto se temía sobre todo en países donde sus dirigentes ya habían venido haciendo gala de atenerse a las reglas del juego democrático de aquella manera. Uno de los presidentes que han sido criticados por su manera de actuar en este sentido ha sido el de Hungría. Afortunadamente, no ha sido un caso generalizado. 
Es un hecho, decía, que los políticos no han estado a la altura. El caso más flagrante y que enseguida viene a la mente es, por supuesto, el de Donald Trump. No solamente por decir tonterías en público, como lo de la lejía, sino por el desconcierto, y casi desinterés a veces, de que ha hecho gala durante la crisis. Veremos cómo acaba lo de Nueva York. Y en España la cosa tampoco ha sido mucho mejor, con los distintos bandos tirándose los trastos a la cabeza, en vez de hacer piña. Pero creo que tampoco hemos sido de los peor parados en ese sentido, aunque creo que ha quedado claro que a los políticos les importan más los ideales que el bienestar del pueblo. 
No me resulta fácil imaginar lo que tiene que sentir un pueblo como el ruso. La mentalidad imperialista de sus dirigentes hace que ofrezcan sus propios y escasos recursos para ayudar a otros y no sea luego capaces de ayudar a su propia gente. Cada vez que surge un nuevo caso realmente grave en el mundo relacionado con la pandemia, Putin se ofrece el primero a socorrer al afligido. Mientras tanto, los casos se siguen acumulando en su propio país, donde cada vez hay más muertes, y las gentes no reciben ningún tipo de ayuda estatal para subsistir. Es otro país donde no me gustaría estar en estos momentos. 
Así está la cosa, pues, con todos nosotros aún confinados, aunque ya esperanzados, por lo menos los que vivimos en las latitudes desde las que escribo. El efecto ola de esta pandemia hace que cuando mejora la situación en un sitio empeore en otro. lo cabe desear que, según las restricciones de movimiento se vayan suavizando, los ciudadanos sepamos comportarnos y actuar con cordura para evitar que la segunda y tan temida oleada sea tan mala como la primera o peor. En nuestras manos está.

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