Día 49

Camille acaba de terminar su turno de cenas en el restaurante donde trabaja desde hace casi cinco años. Le Quai de la Seine, se llama el restaurante, haciendo honor a su ubicación en una de las riberas del río que célebremente atraviesa la Ciudad de la Luz, es decir, París. Comenzó a trabajar allí cuando estaba cursando estudios de arte en la Universidad París IV, para ayudarse a costear sus gastos universitarios y de alojamiento. Cuando terminó los estudios, hace ya año y medio, y ante la falta de perspectivas laborales, decidió continuar en el restaurante, donde, acorde con la categoría del mismo, goza de un sueldo respetable. 
Una chica joven, Camille, de 23 años, venida de la Picardie, en el norte de Francia, y que disfruta de su vida en París. No tiene especial prisa en encontrar un trabajo de lo suyo. De hecho, no sabe muy bien qué es lo suyo. No tiene una vocación definida. Ha estudiado arte, pero no tiene grandes inspiraciones artísticas, ni le apetece tampoco hacer una tediosa oposición para entrar a trabajar en un museo. Hombre, trabajar en el Louvre sería chouette, su palabra favorita, pero el sacrificio que tendría que hacer para ello, no tanto. 
A su falta de prisa por encontrar algo contribuye el hecho de que su novio, Marcel, tiene un buen trabajo de asesor financiero en el Credit Lyonnais, uno de los bancos más fuertes del país galo. Se conocieron en el primer curso de la universidad, pero Marcel se cansó enseguida. No llego a terminar el primer año. Un tío suyo, que trabajaba en el banco, lo enchufó allí, y en unos pocos años ha sido capaz de ascender hasta ocupar su posición actual. La  universidad no es ya más que un vago recuerdo para él, aunquegracias a ella, pudo conocer a Camille, lo más importante que le ha pasado en su vida. 
Recogidas las mesas, Camille se despide de sus compañeras y del encargado del restaurante, y camina a lo largo de la ribera del río hasta el metro más cercano. Allí, como hace cada noche que le toca trabajar, toma un tren que la lleva hasta la estación de Jules Joffrin, en el Barrio XVIII, donde tiene su pequeño pero coqueto apartamento. En unos cuarenta minutos, se encontrará en casa descansando tranquilamente. 
En el metro, Camille medita preocupada. Marcel no ha respondido a sus llamadas, cosa rara en él ¿Le habrá sucedido algo? No, está segura de que no. Sin embargo, lleva unos días distinto, como sí le estuviera ocultando algo. Su relación siempre ha sido muy buena, basada en la complicidad, y a Camille le molesta que él pueda no estar siendo totalmente franco con ella. Pero no, seguramente no es más que su imaginación. Además, cuando está cansada, como es el caso ahora, no piensa con claridad y cualquier tontería puede parecer lo que no es. Mañana hablarán. Marcel debe estar ya durmiendo. 
No le gusta a Camille caminar de noche, pero no queda otro remedio. De la estación de metro a su casa hay unos veinte minutos a pie, quince si aprieta el paso, como suele hacer ella en estos casos. La primera mitad del trayecto no tiene problema, pues lo hace a lo largo de la avenida que lleva el mismo nombre que la estación de metroSin embargo, luego la cosa se complica. Tiene que meterse por algunas callejuelas tortuosas y no muy bien iluminadas que, francamente, le dan un poco de miedo. 
Tienes que coger un taxi, le dice siempre Marcel. Qué ganas de pasar miedo tienesPero a Camille no le gusta, sobre todo porque sabe que a los taxistas no les va a hacer ninguna gracia una carrera que en coche no supone más de 3 ó 4 minutos. Además, los taxis en París, y de noche, son caros, y si a Camille hay algo que no le gusta es tirar el dinero. Sobre todo ahora que está empezando a sentirse preparada para dar el gran paso con Marcel. Está segura de que en menos de un año estarán viviendo juntos, con lo que no está de más ir ahorrando algún dinero. 
En cuanto ha dejado la avenida Jules Joffrin, Camille ha notado que alguien la sigue. No será más que otra persona que vuelve a su casa de trabajar; probablemente un camarero, como ella. El caso es que la sombra que la sigue parece apretar el paso. A Camille se le acelera el corazón. Continuará andando deprisa, casi corriendo, a ver si la otra persona cambia de dirección en algún momento. Si no es así, empezará a angustiarse de verdad. No sería el primer asalto que se produce en su barrio. 
No cabe duda; la están siguiendo. Está ya casi en su casa y la figura sigue detrás de ella, además cubierta por una capucha, como para no dejarse ver. No quiere alarmarse, pero cada vez parece más claro lo que está pasando. Quedan solo tres manzanas para llegar a casa, pero no cabe duda de que la figura le va a dar alcance. La cabeza de Camille piensa en los siguientes movimientos. Es importante mantener la calma y atenerse al plan tantas veces imaginado para un caso como este. 
A unos pocos metros de su portal, puede ya casi sentir el aliento de su perseguidor. Camille ase con fuerza en el bolsillo de su gabardina la empuñadura del cuchillo que un minuto antes ha sacado del bolso. Lo que se temía está a punto de suceder. Su perseguidor está justo detrás de ella y ya le va a saltar encima. Con el corazón saliéndosele por la boca, Camille se gira repentinamente y, presa del pánico, clava el cuchillo de cocina en el abdomen del presunto criminal. Éste la mira horrorizado, consciente de hallarse en sus últimos segundos de vida, mientras de una de sus manos cae un anillo. El anillo de compromiso con el que Marcel pretendía, de la manera más estúpida. sorprender a su novia, lo mejor que le ha pasado en su corta vida.

Comments

Popular posts from this blog

Séptima y última de desescalada

Día 1

Día 17