Día 43
'Cordero de Diooos, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosootros. Cordero de Diooos, que quitas el pecado del mundooo, daanos la paaaz'. Como cada mañana de domingo, Teodoro se entrega a la liturgia eucarística durante la celebración de la Santa Misa en el oratorio de Caballero de Gracia, en la Gran Vía madrileña. Veinticinco años sin faltar a Misa, desde que hizo la primera comunión. Al principio, con sus padres, a misa de 7 de la tarde los sábados. Desde que murió su padre, hace ya una quincena de años, acude a la Misa en compañía de su madre, los domingos a mediodía, pues a ésta se le hacía muy duro seguir yendo a la misma hora a la que lo hacía con su difunto esposo.
Un ritual, el de la Santa Misa, que le hace sentirse purificado. No va simplemente por acompañar a su madre. Si no fuera a Misa, le faltaría algo; no sería capaz de afrontar el resto de la semana. Y no es que lleve una vida excesivamente pía, en general. Este es probablemente su único acto de católico practicante, aparte de alguna limosna aquí y allá; pero la Misa semanal es una de las piedras angulares de su vida.
A eso de las 12:45, como cada domingo, Teodoro y su madre, Rita, charlan distendidamente a la salida de la iglesia con otros feligreses. Tan importante como la Misa en sí es esta toma de contacto con otros seres humanos a los que ven semana tras semana, sentados en los mismos bancos y compartiendo la liturgia cristiana. La mayoría son gente mayor, muchas viudas que no paran de acordarse de sus amados y difuntos y esposos, que en gloria estén; y lo buenos que eran.
Raro es el domingo que comen en casa. Al ritual litúrgico le suele seguir un ritual laico de aperitivo y comida en restaurante. El aperitivo lo suelen tomar en el Museo Chicote, en la misma Gran Vía. No es el lugar más barato, pero se lo pueden permitir. A su madre le quedó una pensión de viudedad generosa, y Teodoro tiene un sueldo más que decente en el banco. Tras sendos vermuts, toca un paseíto de unos 15 minutos Gran Vía abajo, en dirección a Plaza de España. Parada en La Sirena Verde, la marisquería de la que son clientes habituales. Su mesa para dos personas, como siempre, les aguarda en la primera planta del restaurante.
En una hora y media, aproximadamente, dan buena cuenta de unos entrantes y un rape a la cazuela delicioso, como de costumbre. Todo ello, por supuesto, regado con una botella de albariño. Como a Teodoro le gusta decir, el albariño es el novio del buen pescado. Tras las despedidas pertinentes ante todo el personal del restaurante, a quienes conocen muy bien, incluido Manolo, el dueño, vuelta a casa, donde Rita echará su larga cabezada en la mecedora con la excusa de ver cualquier película que echen por la tele.
Nada más dejar a su madre cómodamente sentada en la mecedora, Teodoro sale de casa, como cada domingo, a eso de las 16:45. Se dirige a la estación de Gran Vía, donde tomará el metro hasta Alonso Martínez para hacer allí transbordo a la línea 4, que lo llevará hasta el barrio de Prosperidad. Todos los domingos llega allí entre 17:30 y 17:45, según se dé el metro. Hoy son las 17:40, y se dirige a la vinoteca habitual, en la calle Clara del Rey.
Teodoro permanece en este local hasta las 18:00, momento en que, como cada domingo, efectúa una llamada: ‘Hola, ya estoy aquí ¿puedo subir?’ ‘Sí, corazón, aquí estoy, esperándote’. Sin más dilación, Teodoro cruza la calle, sube las escaleras del edificio de enfrente, toma el ascensor hasta el segundo piso y se dirige al apartamento número 119. Allí le espera la otra piedra angular de su rutina vital.
En la puerta está Laurita, estudiante de segundo año de farmacia. Una joven de 20 años de un pueblo de León, y que se paga sus estudios recibiendo a hombres como Teodoro, Teo para ella y otras. Hace ya casi 2 años, desde que Laurita vino a Madrid, que Teo la visita cada domingo. No es la única, pero si es la única fija. Entre semana efectúa otro par de salidas de esta naturaleza, donde experimenta con diferentes éscorts, o amiguitas, como a él le gusta llamarlas.
Nada más entrar, Teodoro siente ese subidón de adrenalina que tan familiar le ha venido resultando en estos últimos 4 años. A menudo se pregunta cómo fue capaz de vivir tanto tiempo sin esto. Laurita lo abraza, lo besa. La visita dominical de Teo es para ella uno de los momentos álgidos de su semana; tanto tiempo viéndolo, ya le ha cogido mucho cariño. No es amor, más bien una sensación de sentirse protegida por alguien que la aprecia y que la trata bien, lo que no siempre es el caso en su profesión.
'A ver, corazón, ¿qué quieres que hagamos hoy?' Laurita es complaciente, alegre, un soplo de aire fresco en la vida monótona de un trabajador de banca que vive con su madre. Una hora después, Teodoro, Teo para sus amiguitas, camina satisfecho por la calle Clara del Rey en dirección al metro para regresar a casa. Así es su vida: Misa y Lauritas; su Ying y su Yang.
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