Día 38

Cuatro años de cárcel le cayeron. No supo muy bien ni cómo ni por qué. Un rollo de lo más tonto con una chica que conoció en una discoteca; se acostaron, y luego resultó que era menor de edad. Siempre juró y perjuró que no lo sabía, y que todo había sido consentido. El caso es que ella, despechada según Ramiro por no hacerle más caso después de aquella noche, lo denunció por abuso. Abuso sexual de una menor. Agravantes por aquí, atenuantes por allá, el caso es que su condena se fijó en cuatro años. Cuatro años que finalmente se quedaron en poco más de uno por falta de antecedentes, buen comportamiento, y otras cuestiones. Poco más de un año, sí, pero unos meses que Ramiro se le hicieron interminables, como si hubieran sido quince años, por lo menos. Y todo estando convencido de que él no había hecho nada malo. El destino había sido muy caprichoso con Ramiro. 
Una dura condena, sí. Y ahí no acababa todo. Luego estaba el tema de la familia. Sus padres, siempre tan conservadores, se sintieron destrozados cuando todo salió a la luz. Destrozados, pero sobre todo avergonzados. Ante un caso de abuso sexual, cómo iban ellos a defender a su hijo. Vivieron escondidos desde ese momento. Ya mayores, casi 80 años los dos, lo de su hijo Ramiro los hizo envejecer mucho más en pocos meses. Por supuesto, nunca fueron a verlo a la cárcel en todos esos meses. Ramiro se había convertido en la vergüenza de la familia. y tenía que ser consciente de ello. Su madre, Carmencita, habría ido de buena gana; un hijo siempre es un hijo. Pero su marido, Ramón, se lo prohibió terminantemente. Ellos no podían demostrarle amor a un hijo que les había buscado la ruina emocional. 
Así las cosas, el único contacto familiar que le quedaba a Ramiro era su hermana Cristina. Cristina tenía dos años menos que Ramiro, y siempre había estado muy unida a él. Ramiro era su querido hermano mayor, un amigo, casi un mentor. Desde que saltó el escándalo, ella nunca dudó en ponerse de su parte, eso sí, a escondidas. No podía permitirse el lujo de que sus padres sintieran que habían perdido a un hijo y a una hija a la vez. Cristina era, por lo tanto, la única que iba a ver a Ramiro a la cárcel. Soltera, hacía todo lo posible por ir siempre que podía hasta Soto del Real, donde se encontraba confinado su hermano. Trataba de animarlo en la medida de lo posible y le aseguraba que, poco a poco, sus padres irían perdonándolo, y todo volvería a la realidad cuando saliera de la cárcel. 
Realmente las visitas de Cristina solamente se produjeron de forma frecuente durante los primeros siete u ocho meses de prisión. Cristina era enfermera y, con el brote del coronavirus, tuvo que empezar a hacer turnos imposibles que no le dejaban nada de tiempo. Las visitas a Ramiro se tornaron más y más esporádicas. Y, cada vez que iba a verlo, las noticias eran peores. Su hermana le hablaba de la cantidad de pacientes que morían en el hospital donde ella trabajaba, LPaz. También le transmitía su preocupación por la salud de sus padres, muy deteriorada en los últimos meses. La situación era, efectivamente, bastante desesperada. Ramiro en la cárcel, Cristina en su cárcel particular, es decir, pasando largas horas cada día tratando de salvar vidas con pocos o escasos medios, y sus padres, mal atendidos en casa, apagándose poco a poco. 
En una de sus ya escasas visitas, Cristina le comunicó lo inevitable. Su padre acababa de fallecer. No duró ni dos días en el hospital. Sin poder acceder a un ventilador, falleció ahogado, a causa de la insuficiencia respiratoria provocada por el virus. Su madre también se encontraba en el hospital, contagiada por su marido, o vaya usted a saber quién contagió a quién. Su situación era mala, pero estable. Cristina había conseguido que la internaran en LPaz, para poder estar más cerca de ella. Pero todo lo que podía hacer por ella era en un plano afectivo. Sus manos estaban atadas ante la avalancha de casos. Aunque ninguno de los dos hermanos era muy creyente, ambos rezaron juntos para pedir por el alma de su padre por la curación de su madre. 
No tardó más de un mes Carmencita en seguir los pasos de su marido. Después de experimentar una ostensible mejoría, empezó la cuesta abajo que llevó a su frágil corazón a dejar de latir. Diez meses después de ingresar en prisión, Ramiro era oficialmente huérfano de padre y madre, con apenas treinta años de edad. Aunque ya se había ido preparando para ello, el segundo golpe lo dejó noqueado. Paseaba como un sonámbulo por los pasillos de la cárcel. Se le cortó el apetito, apenas comía lo que le ponían en la bandeja. Lo único que quería era estar tirado en la cama, sin ni siquiera salir al patio con los demás presos, lo que en circunstancias normales era el momento álgido del día para cualquiera de ellos. Su vida se estaba derrumbando a sus pies. Llevaba casi un año sin ver a sus padres y sabía que nunca más volvería a verlos. Además, sabiendo que ni siquiera podría su hermana darles su merecido sepelio, por culpa del confinamiento. 
Todo lo malo no acabaría ahí. Tras dos meses más sin visitas de su hermana, recibió una fatídica notificación. Cristina Sánchez Lopetegui, de 28 años, había muerto como una valiente, luchando contra el virus que se la llevóexhausta, aniquilada por la carga vírica que fue acumulando durante los meses de dura lucha. A Ramiro le entraron ganas de reír. Ya no era dueño de sus reacciones. Esto era demasiado. Su hermana, su querida hermana Cristina, lo que más quería en su vida, su compañera de fatigas, lo había dejado. Nsabía si estaba desolado por lo mucho que la quería o por la certeza de que ya nadie iría a verlo a la cárcel. Y lo que era peor. Ya nadie lo esperaría al salir de la cárcel. 
En cuatro meses sería libre. Podría volver a su casa. Sin embargo, ninguno de sus compañeros ni de los trabajadores de la cárcel se atrevían a darle la enhorabuena por el final de su condena. Era muy apreciado por todos; se había ganado el cariño los que le rodeaban. Por eso eran todos muy conscientes de que lo último que necesitaba Ramiro en ese momento era recibir congratulaciones; su vida no estaba para ello. Ramiro no tenía tíos. tanto su padre como su madre habían sido hijos únicos. No conocía a nadie que pudiera considerar familia. La situación económica no sería desesperante, sus padres le habían dejado la casa, y algo de dinero que tenían ahorrado. Pero ya se sabe que, cuando la supervivencia no aprieta, los problemas existenciales campan a sus anchas. Y, si acabas de perder a todos los seres queridos que tenías en tu vida, el sentido de la existencia queda definitivamente muy en entredicho. 
Nada más salir de la cárcel, Ramiro se dirigió a su barrio, LElipa, en Madrid. Allí estaba su casa, la que había sido la casa de sus padres, donde había crecido, se había educado, había sido feliz, muy feliz. La casa donde había compartido momentos tan maravillosos con Carmencita, con Ramón y, sobre todo, con Cristina. Su querida Cristina. ¿Cómo podría él ahora seguir adelante con su vida, sabiendo que ya no estaba ahí su hermana? Lo de sus padres era trágico, sobre todo por cómo había sucedido. Pero al fin al cabo es ley de vida que los hijos entierren a sus padres. Pero que un hermano entierre a su hermana menor, sobre todo cuando esta no había cumplido 30 años. Eso era duro, muy duro. No podía imaginarse lo que iba a sentir al entrar en casa. 
Al salir del ascensor, permaneció en el rellano varios minutos, sin atreverse a meter la llave en la cerradura. Por supuesto, tampoco podía avisar de su llegada a ningún vecino. Él era Ramiro, el violador. ¿Quién le iba a querer dirigir la palabra? Por fin entró en el piso. Todo estaba como cuando él se fue. Incluso olía igual. Por algún motivo, se había imaginado que la casa olería a muerto. Pero, claro, ninguno de los tres había muerto en casa. Tendría que hacer lo posible por acostumbrarse a estar solo en casa. Era lo que le aguardaba a partir de entonces. , había terminado una estancia en prisión de más de un año, pero ahí no terminaba su prisión. La cuarentena por el coronavirus acababa de terminar, pero aún se pedía a los ciudadanos que permanecieran en casa en la medida de lo posible. Los bares, los sitios de recreo, permanecían cerrados; y cualquier tipo actividad lúdica al aire libre era desaconsejada. , su estancia en prisión había terminada, pero la cárcel de Ramiro continuaba.

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