Día 35
Cuando mi jefe entró en mi despacho, no podía imaginarme que venía a ofrecerme la posibilidad de irme una semana de vacaciones. 'Has trabajado mucho últimamente', me dijo; 'Te veo un poco cansado y creo que te mereces cuidarte un poco'. Me pilló de sorpresa, y no tenía ningún plan en mente, así que empecé a darle vueltas a la cabeza a ver qué se me ocurría.
Un rato después, cogí mi móvil para consultar el WhatsApp y, fiel a la leyenda urbana, el teléfono se inundó de publicidad sobre destinos turísticos. Ya dicen que los teléfonos oyen, o también pudiera haber sido que el destino me estaba indicando que era, efectivamente, el momento de irme de vacaciones.
Así que me puse a mirar las ofertas que me estaban llegando. Uno de los destinos propuestos me sonaba. Se trataba de la playa de Melide, cerca de Home. Home, me sonaba mucho lo de Home. Ah sí, había conocido a una chica a través de Tinder que tenía una casa en Home y me había hablado de la playa de Melide. No habíamos llegado nunca a vernos porque estábamos muy lejos, pero nos habíamos emplazado a hacerlo un día. Está podría ser la oportunidad.
Resultó que María, así se llamaba mi Tinder-amiga gallega, también estaba esa semana de vacaciones y pensaba pasarla en su casa de Home. Dos días después, ya me encontraba saliendo de casa y metiendo la maleta en la parte trasera de mi coche. Me aguardaba un viaje de casi 700 km. De repente, tenía muchísimas ganas de pasar estas vacaciones.
En poco más de 5 horas de conducir sin parar, me planté en la provincia de Pontevedra y metí la información de destino en el navegador del coche, pues se trataba de una zona costera bastante recóndita y, por lo que me había dicho mi amiga, no siempre fácil de encontrar. Pero yo estaba seguro de que, con la ayuda del navegador, no iba a tener ningún problema. Era un navegador de última generación y lo tenía actualizado con el software más reciente.
Nada más acometer la subida de las montañas que habrían de llevarme hasta Home, sonó el teléfono. Era mi amigo Pablo, con el cual hacía bastante tiempo que no hablaba y que me llamaba para ver qué tal estaba. Cuando empecé a contarle mi plan, la comunicación empezó a entrecortarse. La señal era mala en esa zona, tan mala que no pude restablecer contacto con Pablo. En un acto reflejo, miré hacia mi navegador, y me di cuenta de que tenía el fatídico aviso de 'señal de GPS perdida'.
Tras unos minutos de conducir un poco a ciegas y habiéndome hecho a la idea de que me iba a tocar encontrar mi destino a la vieja usanza, es decir preguntando, divisé una gasolinera. Me venía bien porque ya me iba haciendo falta echar gasolina, y de paso podía aprovechar para pedir que me orientaran. Me atendió una joven de muy buen ver, quien amablemente me dijo que siguiendo todo recto, y en cada bifurcación cogiendo el camino de la derecha, llegaría sin problemas. Sin problemas, pero en por lo menos un par de horas, pues se trataba de carreteras comarcales y en muchas ocasiones en mal estado. Dándole las gracias, volví a mi coche y partí.
En un par de horas, empecé a mosquearme. no solo no tenía pinta de estar llegando a Home, sino que me daba incluso la sensación de que había vuelto a ver la misma gasolinera donde había parado anteriormente. Pero no, debía estar equivocado. Seguro que todas las gasolineras de la zona se parecían. Cuando volví a ver otra gasolinera, también muy parecida a las dos primeras, decidí parar para volver a preguntar. No podía ser que llevara casi 4 horas conduciendo y no hubiera llegado a mi destino.
No podía imaginarme que, al entrar en la gasolinera, iba a volver a ver a la misma chica de antes. Pero cuando yo me identifiqué como el que le había pedido las indicaciones anteriormente, ella se mostró muy sorprendida. No me reconocía. Yo creía que me estaba tomando el pelo o que se trataba de una cámara oculta. No podía pasarme toda la noche conduciendo para no llegar a ningún lugar y encima que los lugareños me tomaran el pelo. Muy enfadado, me dirigí a mi coche con la intención de volver a Madrid. Volver sería más sencillo. No habría más que retomar el camino conducido y buscar las señales que indicaran la autopista.
Al cabo de otro par de horas, cuál no sería mi sorpresa cuando volví a ver la que parecía la misma gasolinera, solo que en el lado opuesto que las veces anteriores. Esto no podía ser. Entré allí de nuevo y, efectivamente, encontré a la misma chica que las otras dos veces, quién volvió a insistir en que no me conocía de nada. Yo, con los nervios a flor de piel y harto de la situación, perdí mis modales y empecé a gritar y a arrasar todo lo que veía a mi paso. La empleada, asustada, llamó a la policía. Ésta no tardo mucho, como tampoco lo hizo la ambulancia que vino después. Y ya no sé exactamente qué pasó. Perdí el conocimiento y me desperté en el manicomio en el cual me encuentro ahora y desde donde narro mi historia.
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