Día 26

Como cada fin de semana, Fernando y José Antonio hacían planes para la noche del sábado. Eran dos estudiantes de Máster en una pequeña Universidad del Estado de Pensilvania, en los Estados Unidos. Llevaban ya cerca de un año compartiendo piso a unos minutos a pie de la Universidad, y había surgido una buena amistad entre ambos, hasta el punto de que la mayoría de los fines de semana hacían planes en común. Este fin de semana no sería una excepción. José Antonio se había enterado a través de unos conocidos del campus de que en la ciudad iba a ver una fiesta latina por la noche. No es que les volviera locos la música latina a ninguno de los dos, pero tampoco había nada mejor que hacer, y podría ser la ocasión de encontrar alguna chica interesante. Dicho y hecho, se prepararon para desplazarse hasta la ciudad, algo que, careciendo de coche, les llevaría cerca de una hora. El servicio de tren de cercanías no era malo, pero había un buen trecho desde su piso hasta la estación. Y el sábado por la noche la frecuencia de trenes era menor. El problema sería volver, pero ya verían cómo lo hacían 
Una vez en la ciudad, cogieron el metro y se presentaron en el local de la fiesta. Se trataba de una especie de sala de fiestas, o de pequeño centro de convenciones, diáfano por dentro y muy apropiado para la ocasión. José Antonio se mostró entusiasmado con el lugar desde el comienzo. Fernando, por el contrario, siempre más reacio a este tipo de eventos, se mostraba más escéptico. Su experiencia le decía que, en este tipo de fiestas, lo más que iban a conseguir era tomarse unos cubatas, cogerse un puntillo, y tal vez tontear con alguna, pero poco más. Las fiestas latinas eran para los que sabían bailar, y cuantas más variedades de baile latino, mejor. Salsa, bachata, vallenato, lo que les echen. José Antonio  que se atrevía con alguno de estos bailes, aunque en realidad no tenía ni ideapero Fernando tenía demasiado amor propio como para hacer el ridículo, por no hablar de la sudada con la que acababan todos los que se entregaban al baile con frenesí. 
A la hora de mostrar labia, ahí sí que Fernando no se quedaba atrás. Si le presentaban alguna chica a la que impresionar con sus dotes oratorias y su sentido del humor, ahí sí que se sentía en su salsa. Era por eso él más de guateques al estilo tradicional, sin música demasiado bailable, donde poder entablar una conversación de manera más o menos fácil, bien con alguien que pasara por ahí, o con alguna que le presentaran sus amigos o sus conocidos. De hecho, En Estados Unidos, había podido observar Fernando que era bastante fácil entablar conversación con una persona desconocida. La gente hacía mayor esfuerzo por mostrar interés en lo que tenía que contarle su interlocutor de lo que estaba acostumbrado en España, donde estaba cansado de entrar a chicas que se hacían las desinteresadas, ya fuera por auténtico desinterés, por corte, o vaya usted a saber por qué. , las americanas le parecían más asequibles que las españolas. Aunque esta noche, la inmensa mayoría de los asistentes a la fiesta no eran precisamente norteamericanos. 
Resultaba entretenido, en cualquier caso, ver a las parejas desplegando todas sus habilidades dancísticas. Parecía mentira que algunos se pudieran doblar de la manera en que lo hacían que fueran capaces de dar vueltas sin parar y no marearse. Y cada vez se iba uniendo más gente al baile, gente que, al escuchar una canción que le gustaba, se lanzaba a la improvisada pista con su pareja. Eso sí, lo de bailar solo, nada de nada. El baile latino, al menos hasta donde lo podían apreciar Fernando y José Antonio, era cosa de dos. No es que fuera un gran problema, a Fernando tampoco le gustaba bailar solo, y José Antonio no tenía ningún reparo en engancharse a la primera que viera y pedirle bailar. De hecho, esto ya había sucedido esta noche, por lo que Fernando se encontraba solo apoyado en la barra, contemplando el espectáculo, tanto dentro como fuera de la pista de baile. 
En una de estas, pasado un buen rato, apareció José Antonio con dos chicas que acababa de conocer. Bueno, en realidad había estado bailando con una de ellas, mientras su amiga se había quedado al margen, debido aquí tenía una pierna rota y se desplazaba con muletas, lo que le impedía integrarse en el baile. Se trataba de dos chicas brasileñas. Elaine y Suzie también se encontraban cursando estudios de máster, en su caso en una Universidad ubicada dentro de la ciudad. José Antonio había estado bailando con Elaine, mientras que Suzie era su accidentada compañera. A Fernando le impresionó muy gratamente Suzie, una chica alta, más bien delgada, muy morena de pelo y con unas facciones, si no de una gran belleza, sí muy expresivas y que le resultaban a Fernando muy atractivas. Se trataba, además, de una chica aparentemente culta. Además de hablar inglés con un acento americano muy bueno, mucho mejor que el de Fernando o José Antonio, tenía un español casi perfecto. 
No se quedaron mucho tiempo en la fiesta. José Antonio ya tenía plan claro con el Elaine. Había ya habido más que rozamientos durante el baile y el plan parecía estar hecho. Fernando, a pesar de la atracción que sentía por Suzie, no se veía intentando nada con ella. Le parecía de una liga inalcanzable para él. Además, no tenía muy claro si era ético intentar enrollarse con alguien desvalido, aunque fuera temporalmente. El caso es que se fueron los cuatro a casa de las brasileñas, quienes no solamente estudiaban juntas, sino que compartían piso, al igual que les pasaba a Fernando y José Antonio. Fernando, pues se dispuso a disfrutar de la grata compañía de Suzie mientras José Antonio y Elaine se entregarían a lo suyo. Cogieron un taxi, y se dirigieron al piso de ellas, no especialmente lejos de la fiesta pero que, claro, con muletas resultaba inabordable a pie. 
Tenían su piso en una zona bastante lujosa de la ciudad. Eran chicas de dinero, se notaba. Tras meter el coche en el garaje, tomaron el ascensor y subieron a la segunda planta, donde vivían Elaine y Suzie. El piso era bastante espacioso. Tenía un gran salón comedor, una pequeña cocina, suficiente para las dos, y dos dormitorios bastante amplios. Sólo faltaba un pequeño detalle. Y es que, como se acababan de mudar a Filadelfia, todavía tenían el piso bastante desprovisto de muebles. Las camas y poco más. Así que los cuatro se tiraron al suelo en el salón y entablaron alegre conversación, mientras tomaban unas cervezas. Fernando se quedó gratamente sorprendido por lo bien que congenió con Suzie. Y ésta, además, le reía mucho las gracias. Pero no, no se iba a hacer ilusiones; una chica como esa no era para él. Seguro que tenía muchos pretendientes. De hecho, la pierna se la había roto en su tercer día de clase de karate, y, según le contó la propia Suzie, se había apuntado a esas clases porque había conocido al instructor en el vuelo desde Sao Paulo hasta Nueva York y le había parecido muy atractivo. Así que, no solo había competencia, sino que se trataba de un tío guapo y, seguramente, cachas. 
Elaine también era bastante simpática, aunque tenía un carácter muy fuerte. Pero Elaine era asunto de José Antonio; Fernando no se preocupaba mucho por ella. Estaba demasiado embelesado por su amiga Suziela cual seguía sorprendentemente el juego de Fernando. Entraba muy al trapo de sus bromas, incluso parecía mostrar un genuino interés en él. Pero él seguía sin hacerse ilusiones; no era más que la alegría resultante de haber tomado unas cervezas. Seguro que después de esa noche, en la que seguro que no iba a pasar nada, ella no tendría ningún interés particular en saber nada de más él. Bueno, tal vez podrían ser amigos. Aunque él no era muy partidario de tener amistades que le resultaran atractivasla experiencia le decía que eso acababa siempre resultando un tormento. 
No habían pasado más de cuarenta minutos desde que llegaron cuando José Antonio y Elaine se levantaron, cogidos de la mano, y se fueron a uno de los dos dormitorios. Fernando y Suzie se quedaron, pues, cara a cara. No era problema; ya se había roto el hielo entre los dos, y la conversación fluía alegre y divertida. No solo eso. En un momento dado, Fernando sintió que ella parecía hacer por acercarse hacia él. Los dos seguían tumbados en el suelo, y ella había puesto su mano sobre el brazo de Fernando. Esto no tenía por qué significar nada, pero él no podía dejar de sentir que se le aceleraba el corazón. Se estaba empezando a sentir peligrosamente en sintonía con ella. Estaban en la misma onda, el momento estaba empezando a cobrar un cariz mágico. Fernando no podía evitar empezar a contemplar la posibilidad de que aquello que tan remoto le parecía pudiera llegar a pasar. No sabía bien qué, si un rollo esa misma noche o quién sabe si algo más. 
A Suzie parecía interesarle mucho España. Una de sus abuelas, dijo, era de origen español. Y ella recordaba las historias que le contaba su abuelita sobre su país. Historias llenas de anécdotas que a Suzie la hacían viajar a España en su imaginación. Y no sólo en su imaginación. Una vez hizo un viaje de dos semanas con sus padres y su hermano, visitando tanto la ciudad natal de su abuela, Úbeda, como diversos otros puntos de interés de la geografía española. En un momento dado, Suzie le dijo a Fernando: “¿A que no sabes, de todos estos sitios, cuál es el que siempre recuerdo como un lugar mágico?”, a lo que Fernando, por supuesto, respondió que no tenía ni idea. Suzie dijo: “Zahara de la Sierra, en CádizA Fernando le dio un vuelco el corazón¡Zahara de la Sierra! El lugar donde había pasado todos sus veranos desde chiquillo. Y donde vivían sus tíos y sus primos. Allí, en su querida España, a miles de kilómetros de donde se encontraba tirado en el suelo junto a una recién conocida que lo embrujaba con su encantoY ella recordaba Zahara de la Sierra. En ese momento, Fernando supo que su destino y el de Suzie estaban unidos para siempre.

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