Día 21

Controvertida figura la de Mirabeau, político y pensador francés de la época de la Revolución. Para unossalvador del pueblo; para otrostraidor a la patria. Lo que es seguro es que no dejaba indiferente a nadie. Bueno, hoy deja indiferente a todo el mundo, porque al menos en Españasi preguntas quién era Mirabeau, la mayoría se quedará a cuadros. No se me ocurre una figura más alejada del reggaetón que la de Mirabeau, y, claro, hoy en día eso se paga. 
Uno de los que homenajearon a Mirabeau fue Ortega (el filósofo, no el torero). Le dedicó un extenso tratadotituladosi recuerdo bien, 'Mirabeau, el político'. Lo leí hace tiempoUna de las cosas que más me impactaron de ese homenaje al erudito francés fue cuando Ortega recuerda cómo Mirabeau retomó una importante distinción que hizo en su momento Aristóteles y que los políticos de ayer, de hoy y, con toda seguridad, de mañana insisten en olvidar: La diferencia entre Estado y Nación.  
A  nunca se me había ocurrido reflexionar sobre la diferencia existente entre estos dos términosPero claroyo no soy políticono tengo por qué saber de estas cosasPero he de decir, que cuando leí la explicación de Ortega, no pude dejar de preguntarme que cómo es posible que algo tan obvio como importante escape a la atención de los políticos. 
Razona Ortega que es esencial entender que el Estado no es más que una maquinaria al servicio de la Naciónque es el pueblo. Y, aunque pueda parecer que lo que es bueno para el Estado tiene que ser bueno para la naciónesto no ha de ser necesariamente así. Dhechomuchas veces no lo es. 
En muchas ocasiones, por ejemplo, el Estado adopta medidas draconianas para reducir costesEsto al Estado le sirvepor supuesto, para cuadrar sus cuentasPero es un hecho que este cuadre de cuentas suele ser a costa del bienestar de la nación, o, mejor dicho, de los miembros de esa nacióndlos ciudadanos. 
N por qué, este tipo de incompatibilidad me recuerda, en otra esfera, la que existe también entre dos conceptos que tendemos a confundir, no solo los políticos sino todos los ciudadanos de a pie en nuestra vida diaria. Me refiero a la diferencia entre justicia y generosidad. Muchas veces se crítica al que no es generoso, tildándolo de injusto, cuando en realidad la generosidad suele ir de la mano de una injusticia, una injusticia hacia todos aquellos que no han sido beneficiarios de esa generosidad, es decir, la generosidad suele conllevar un agravio comparativo. 
Tras esta digresiónque no se nos olvide el tema que tratábamosHablábamos de la diferencia entre Estado y Nación. Y no cabe duda de que esta diferenciatal como lo explica Ortega, es clara y meridiana. Me pregunto, entonces, si los políticos no es que no sepan verla, sino que prefieren obviarla. Y es que estamos cansados de ver cómo lo único que parece mover a la política de nuestro tiempo es que salgan los números. Como cuando Europa se las hizo pasar canutas a países como España para cumplir con los niveles exigidos de inflación y otros datos macroeconómicos. 
España cumplió entoncesvaya que si cumplió. Pero, claro, a costa del sacrificio de la Nación, del pueblo. El Estado quedó muy bien con Europa, pero la Nación sufrió mucho. Y en esas estamos siempre, con los de un bando haciendo política social, por el pueblo, algo muy de elogiar, pero sin mirar siempre si el Estado se lo puede permitir; y luego vienen los del otro bando, el bando podríamos decir contrario, y con la excusa de que los anteriores han esquilmado las cuentas, se obcecan en cuadrarlas, pero se olvidan del pobre pueblo, de la pobre Nación. 
Nganapues, la Nación para sustosCuando piensan en nosotros, la Naciónnos martillean luego con las cifras macroeconómicasque si se lapida el dineroque si no hay para todos, que cómo se van a pagar las pensiones, etcéteraCuando el estado funciona, La Nación tiende a ser una mera convidada de piedra al banquete de autocomplacencia de los políticos, henchidos de orgullo al demostrarnos que dos y dos, efectivamente, son cuatro. 
A estamospor lo tanto, que si son galgos o son podencos. Y los políticosnuestros políticos, sin entender la diferencia entre Estado y Nación. Buenoya hemos quedado en que en realidad es que no les interesa verla. Y Aristóteles, y Mirabeau, y Ortega, todos ellos retorciéndose en sus tumbas. Y nosotros, a verlas venir. Y el virus, poniéndose las botas.

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