Día 18

Cerca del lago Victoria, la actividad seguía tan animada como en las últimas semanas. Pescadores y clientes negociaban el precio del pescado. Sólo que ahora los primeros tenían la sartén por el mango. Nadie se fiaba ya del género proveniente de Asia, y la amplia demanda del pescado local permitía a los sufridos pescadores keniatas negociar los precios al alza. 
Uvirus, decían. Un virus que había infectado toda China y mataba sin ningún miramiento a todo aquel que tocaba. Mortífero como una manada de leones, y mucho más efectivo. Decían que había matado a miles de personas en pocas semanas. Nadie se iba a arriesgar a caer víctima del virus por comprar pescado chino, mucho más barato que el local.  
Antes de dar la jornada de ventas por concluida, Kimathi negociaba con el dueño de un restaurante el precio de las últimas percas que le quedaban por vender. Esas percas del Nilo que tanto daño habían hecho a las especies autóctonas desde su introducción en el lago, pero que a Kimathi y tantos otros pescadores daban de comer.  
Resultado paradójico; tantos años malviviendo como pescadores por culpa del pescado que venía de China, más barato, y ahora por una desgracia que asolaba a una buena parte del planeta, y que las autoridades locales decían que podría también llegar a afectar a Kenia, Kimathi y el resto de pescadores del lago Victoria se veían beneficiados, y por primera vez en mucho tiempo, podían vivir dignamente de su oficio. 
Entre los pescadoreshabía algunos que se aprovechaban de la situación, pero esos eran una minoríaAbusaban de los precios del pescado, a sabiendas de que era mayor la demanda que la oferta, y cargaban precios abusivos que muchos clientes que se habían quedado sin género estaban dispuestos a pagarKimathi no era de esos. Él era un pescador honradoIgual que en tiempos de escasez no iba a mendigarle a nadie, en tiempos de bonanza como este no pensaba aprovecharse de nadie tampoco. 
No le quedaban más que unos minutos Kimathi para poder recoger y volver a casa. Esta era otra de las ventajas de la nueva situación. Antes tenía que pasarse todo el día a orillas del lago para intentar vender una pequeña parte de la pesca conseguida durante la madrugadaAsí que solo tenía unas pocas horas en las que dormircasi sin tiempo de poder disfrutar de su familiasu mujer Njeri y sus dos hijosChanya y Wangari. 
Tenía ahora mucho más tiempo para todo esoHabía días en que a mediodía ya había vendido todo su género, con lo que tras pedalear en unos pocos minutos los 6 kilómetros que separaban el lago de su casa, podría reunirse con su familia incluso para la comida, y pasar la tarde con ellos antes de acostarse bien pronto para levantarse a las 2 de la mañana camino de la orilla del lagodonde cada día cogía su barca y pacientemente se disponía a capturar las pocas presas que su exiguo equipamiento le permitía. 
Era hoy uno de esos días. El dueño del restaurante se había llevado todo el género que le quedaba, pagándolo a buen precio. Era poco más de mediodía y Kimathi podría comer en casa. Su barca ya estaba guardada en su sitio y no le quedaba más que recoger los últimos bártulos, incluidas las dos cañas de pescar que clavaba en el suelo a modo quién sabe si de decoración, y podría coger su bicicleta y marcharse. 
Nadie quedaba excluido de esa bonanza. A todos los pescadores se les veía contentos. Terminadas las ventasdepartían alegremente sobre cuestiones relacionadas con el oficio o con la familia. Era la primera vez en mucho tiempo que no se veían agobiados ante la perspectiva de no tener nada que llevar a casa, excepto el pescado sobrante, que ya era algo, pero a todas luces algo insignificante en comparación con el gran esfuerzo que requería la pesca diaria, así como la posterior negociación con la escasa clientela. 
A ninguno de los pescadores escapaba, sin embargo, que esto no era más que una situación circunstancial. No hay mal que cien años dure y seguro que en cuanto China se recuperara, el pescado de sus aguas volvería a sumir a los pescadores del lago Victoria en una profunda miseriaPero eso sería más adelanteQuién sabe si estará vivo mañana; para qué preocuparse de pasado mañana. Con la satisfacción del deber cumplido y ante la bonita perspectiva que se le presentaba para el resto del día en compañía de sus seres queridos, Kimathi pedaleaba alegremente canturreando una de sus melodías favoritas.

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