Día 7
Contaba el joven Azorín que, cuando se encontraba con la autotelia por los suelos y sin gran cosa que hacer, a menudo se sorprendía a sí mismo con la mano en la mejilla. Así estamos muchos estos días, con la mano en la mejilla. No tiene por qué ser algo malo. Esa postura invita a la reflexión. La mano en la mejilla, un buen libro al lado, y una copa de buen vino. No parece un plan tan malo ¿verdad?
Un poeta escribía, allá por el año 1800, sobre los efectos del confinamiento, la cuarentena, a la que se tuvieron que someter por aquella época debido a un brote de peste. La gente se volvió más pausada, se dedicó a la lectura, apreció la compañía de la soledad, de los seres queridos. Cierto es que contra muchas de estas virtudes atentan hoy en día la televisión, las redes sociales, y otros avances que nos hacen identificar el ocio con pasividad. Pero estoy seguro de que cosas muy buenas saldrán de este período de aislamiento.
Ah, pero hablaba de Azorín. Uno de los grandes olvidados, en mi opinión. Qué bonito su libro Castilla, donde, al estilo de los modernistas, traza una serie de brochazos, a modo de capítulos, para describirnos lo que él entendía por el paisaje y el espíritu castellanos. Hoy en día, más aún durante esta cuarentena, estamos expuestos a multitud de brochazos por todo tipo de artistas, en forma de vídeos, podcasts, etcétera, que nos dan su impresión de lo que es esta pandemia, de cómo combatirla, qué hacer, qué no hacer.
Resulta, dicen algunos, que muchas de estas pinceladas, de estos brochazos que recibimos, que vemos, que escuchamos, son lo que se ha venido a llamar ‘fakes’. Es decir, cuentan historias, reflejan realidades que no son verdad, que incluso son peligrosas si se creen a pies juntillas. Sin embargo, ahí están, son parte de nuestra realidad, trazan un panorama que se está dando ahí afuera. Porque ¿quién dijo que la verdad sea más representativa de la realidad que la mentira? En un mundo como el de hoy en día donde se habla de cosas como la posverdad, la línea divisoria entre la verdad y la mentira no es que sea fina, es que a menudo no importa. Y desde luego no existe ninguna diferencia por lo que respecta a la representatividad de nuestra realidad.
En estas estamos, pues. Resistiendo el bombardeo de virus, noticias, de imágenes, de todo tipo de objetos contundentes. Y lo hacemos aislados en nuestras casas, unos llevándolo mejor que otros, unos contentos por no tener que salir, otros tristes o enfadados precisamente por el mismo motivo. Y a día de hoy, que yo sepa, el virus sigue sin dar noticias de querer retroceder en su expansión. Dicen que no nos asustemos, que no hay motivo para el pánico. Pues si ellos lo dicen…
Niegan los rusos, por medio de su presidente, Vladímir Putin, que exista tal cosa como el coronavirus. Dicen que es un invento de Occidente para acabar con la humanidad. Ayer mismo, el presidente ruso instó a las autoridades de los países avanzados a que dejen de conspirar contra la humanidad. Y es curioso que, a día de hoy, en Rusia hay muchos menos casos, reconocidos eso sí, de los que cabía esperar ya a estas alturas. Supongo que será porque están ocultando la realidad, pero uno se pregunta por qué harán eso. ¿Estará el señor Putin esperando a que llegue el momento de poder decir, como su predecesor Stalin, que una muerte es una desgracia, pero a partir de un millón ya es mera estadística?
Tengo la impresión de que el exceso de comunicación telemática nos está volviendo un poco locos. Por eso es mejor tratar de refugiarse en técnicas de recogimiento, como la lectura, como la reflexión. Es interesante que estén surgiendo muchas iniciativas alrededor del mindfulness. Es obvio que se reconoce la necesidad de la introspección, de encontrarse a sí mismo, o por lo menos de buscarse. No me cabe duda de que mucha gente lo está intentando hacer. Eso sí, luchando contra ¿cómo se llama? la nomofobia ¿no?
Empiezan muchos, en cualquier caso, a estar cansados de esta situación. Cuando oigo sobre esto, me acuerdo de aquella expresión de ‘y lo que te rondaré, morena’. Porque tengo la impresión, la certeza, de que esto va para bastante largo. Si sirve para que luchemos contra el virus y lo derrotemos, pues bienvenido sea. Hombre, yo creo que así será, los buenos siempre vencen al final ¿no?
Nomofobia, decía antes. Pues sí, un mal de nuestros días, como el coronavirus. Sería interesante dilucidar cuál de los dos es más dañino. Al coronavirus, como decía, esperamos derrotarlo. La nomofobia creo que va a ser más difícil, y está causando mucho daño a nivel social, sobre todo entre los más jóvenes. Creo que he leído por ahí que el término viene del inglés; es una especie de acrónimo para fobia de no tener móvil. En cierto modo, yo también me confieso culpable de ello. ¿Culpable, he dicho? Quería decir víctima, perdón.
Ando, andamos, pues, enredados entre la nomofobia, el coronavirus, los fakes, que si se puede salir a la calle, que si no se puede salir a la calle, que si mascarilla, que si no mascarilla. Yo no sé cómo se aburre la gente, con tanto entretenimiento. Tampoco sé cómo abordaría Azorín este momento, ni siquiera sé si le tocó vivir algún tipo de confinamiento que no fuera el de estar interno en los escolapios cuando era estudiante. Pero algo me dice que, de encontrase en nuestra situación, con frecuencia se sorprendería a sí mismo como se sorprendía en aquellos tiempos, con la mano en la mejilla.
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