Día 6

Cuidado. Hoy ha muerto un buen hombre. Si en algún momento parecía que esto no era más que una broma de mal gusto, ha dejado de parecerlo. Esto va en serio, muy en serio. No es hasta que la desgracia afecta a alguien a quien sientes cercano, que te das cuenta de que realmente estás acorralado. Sí, ha muerto un buen hombre. 
Uno siempre sabe que hay personas que enseguida transmiten una imagen de campechanismo, de bonhomía. Tal era el caso de nuestro vicerrector. Uno se encuentra vicerrectores distantes, vicerrectores soberbios, también vicerrectores cercanos y vicerrectores humildes. Pero pocas veces tiene uno la sensación, cuando conoce a un vicerrector, o a cualquier superior, de que está ante una persona genuinamente buena. Pues bien, eso es precisamente lo que irradiaba nuestro difunto vicerrector. 
Ah, olvidaba decir que ha sido el coronavirus, mejor dicho, el Covid-19, quien se lo ha llevado. Llevamos varios días viviendo confinados, todos aquellos que no tenemos una actividad que nos obligue a salir de casa para realizarla. Los profesores nos encontramos entre los afortunados, aunque algunos pensarán que los desafortunados, que podemos realizar nuestra labor desde casa. En veinte minutos, de hecho, tengo una clase a distancia con mis estudiantes, aprovechándome de la tecnología existente. 
Rara situación ésta que nos está tocando vivir. Rara y por momentos dramática, como nos recuerda la muerte de aquellos que conocemos. O mejor habría que decir, que conocíamos. Es curiosa la sensación que queda tras la muerte de un ser querido, o al menos conocido, como es este el caso. Sentimos lástima por la persona desaparecida, o eso creemos. Pero en realidad, la lástima la sentimos por nosotros mismos. Quien se fue, ya ni siente ni padece. Cierto es que podemos pensar en la agonía que condujo a ese ser a la muerte. Pero, en realidad, sufrimos por nosotros mismos. 
Es que cada vez que se nos muere alguien, y repito se nos muere alguien, con un NOS con letras mayúsculas, se muere un trozo de nosotros mismos. Ahora mismo no recuerdo habérselo leído a nadie, pero estoy seguro de que esta misma reflexión la han hecho muchísimas veces, sobre todo en obras poéticas. Claro, eso sí que nos duele. Que una parte de nuestra experiencia vital de repente desaparezca nos hace sentirnos a nosotros mismos un poco más muertos. Cada muerte de un ser conocido es un paso más que damos nosotros mismos hacia la desaparición. 
No puedo evitar a veces pensar que cuando sentimos una gran pena por la muerte de alguien, en realidad estamos cometiendo un acto de egoísmo. Nos lamentamos por la suerte del que se fue, cuando en realidad lo que sentimos es la situación del que se queda, de nosotros mismos. Pero supongo que eso es parte de lo que nos hace humanos. 
Tengo, sin embargo, que volver a reconocer que me siento triste, muy triste, ante la pérdida de un buen hombre, y claro que es un acto de egoísmo. Todos queremos estar rodeados de buenas personas; nos hacen la vida más fácil, más amable. Por lo menos a algunos. A , desde luego, sí. 
Estábamos, pues, en que ha muerto un buen hombre. Estábamos también en que era un vicerrector de mi Universidad. También estábamos en que la muerte de un ser conocido siempre te hace sentir vulnerable. En este caso, vulnerable ante una situación de riesgo evidente. Ya no son 1000 personas cualquiera las que se mueren, aunque nos digan que más gente muere de gripe, o más gente muere en accidentes de tráfico. Yo no conocía a nadie que se haya muerto de gripe. De un accidente de tráfico, tal vez. Ahora mismo no recuerdo. Pero de esta enfermedad que lleva reconocida un par de meses, y que ya se ha llevado a gente conocida, gente cercana, de eso sí tengo miedo.  
No queda sino ser prudentes, para tratar de aguantar algún tiempo más en este mundo. No se nos olvide, todos nos iremos alguna vez. Todos. Pero si podemos quedarnos un poco más, por qué no hacerlo. Y si podemos hacer lo suficiente como para que el día que nos vayamos pueda alguien decir que ha muerto una buena persona, ya habrá valido la pena el esfuerzo. 
Adiós, querido vicerrector. Adiós, buen hombre. Te conocí durante poco tiempo, pero ese poco tiempo me hizo tenerte en muy alta estima. Por tu entrega a tu trabajo, con mayor o menor fortuna, pero siempre transmitiendo buenas intenciones, humildad. Haciéndonos sentir a los que trabajábamos contigo que tu puerta estaba abierta. Que eras un colaborador más, no un jefe. Sí, definitivamente ha muerto un buen hombre.    

Comments

Popular posts from this blog

Séptima y última de desescalada

Primera historia de desescalada

Sexta historia de desescalada