Día 3
Cada segundo era más largo que el anterior. Y con seguridad, más corto que el siguiente. No tenía en realidad la noción de lo que eran los segundos y los minutos, pero era un hecho: el tiempo se hacía insoportablemente largo.
Un viaje como este, sin saber por qué había comenzado, sin saber adónde iba, cuál era su destino. No estaba previsto, todo era una sinrazón. En realidad, ¿era verdaderamente un viaje? ¿o no era más que un desplazarse de manera continua, sin razón, sin motivo, sin causa ni propósito?
Al agobio que suponía ese devenir del tiempo insoportablemente largo, se le añadía esa sensación de estrechez, esa claustrofobia, la humedad que permeaba sus huesos. Una humedad cálida pero no agradable. Una humedad mohosa.
Realmente no podía comprender qué era lo que había causado todo este cambio. Siempre se había sentido tan seguro, sin plantearse el porqué de las cosas. en realidad, nunca se había planteado si estaba bien o estaba mal. Simplemente estaba y las cosas eran como tenían que ser ¿porque habían de cambiar ahora? ¿A qué se debía este inesperado viaje? ¿Ya nunca más volverían las cosas a ser como habían sido hasta ahora?
Era un viaje por momentos entrecortado. No había continuidad en el desplazamiento. Lo mismo avanzaba de repente, que se quedaba frenado, estático, durante un tiempo incalculable. Y estar parado era peor que estar moviéndose. no era como antes, que estaba en su ambiente, en aquello que siempre había conocido, y que ignoraba que no era lo único que existía, como estaba descubriendo en este momento.
No había terminado de hacer estas reflexiones, cuando el movimiento comenzó de nuevo. La sensación de agobio era cada vez más insoportable. Por imposible que pareciera, la sensación de estrechez iba en aumento. y no solo la sensación, era que realmente el pasaje cada vez era más estrecho. ¿A dónde le conducían? Cada vez estaba más convencido de que se encontraba en un viaje contra su propia voluntad.
Tenía la sensación por momentos de que la pesadilla nunca acabaría. Nunca se imaginó encontrarse en una situación cómo está. Su candidez le impedía comprender la situación. Ni siquiera era capaz de trazar un plan; nunca se había visto en una igual. Ni tampoco sabía si las cosas iban a ser siempre así a partir de ahora.
Empezó a escuchar lo que parecían voces. ‘Qué extraño’, se dijo. Nunca las había escuchado con tanta claridad. Antes habían sido siempre más bien insinuaciones de voces, que le llegaban de manera acuosa, como a través de un líquido. Pero esto era distinto; estas voces estaban allí, más fuertes que nunca, más numerosas, y, lo más preocupante, distintas de las voces a las que se encontraba acostumbrado.
No eran solo las voces lo que le preocupaba. A todos sus problemas se le añadió una creciente dificultad para respirar. SÍ, se estaba ahogando. Tenía que salir de ahí, o sería el fin, fin de todo. Esa presión en todo su cuerpo, sobre todo la cabeza, que iba a estallar. Y esa sensación de ahogo, cada vez más insoportable. Sentía que ya no podía aguantar mucho más.
Al final, cuando estaba convencido de que ya no podía dar más de sí, notó esas manos alrededor de su cabeza, tirando, girando, haciéndole realmente daño. Luego, tirando de él por debajo de sus axilas, con fuerza. Y, de repente, se sintió expulsado al vacío, sus pulmones se llenaron por primera vez de aire, un aire que lo quemó y le hizo proferir un llanto desgarrador, mientras le daban unas palmadas en sus posaderas: ‘Welcome to the world, baby boy’.
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