Día 14
Chueca es un vetusto a la par que moderno barrio de Madrid. Aunque no siempre fue así. En los años 80 era un barrio poco aconsejable de visitar. La plaza del mismo nombre era un sitio lúgubre, oscuro, dónde camellos y consumidores de droga se encontraban para hacer sus trapicheos, y donde más de uno había sido asaltado a punta de navaja para robarle el dinero tan necesitado por los que allí merodeaban para conseguir su preciado veneno. O al menos eso decían.
Un día todo cambió. Bueno, no fue de un día al otro, en realidad. Pero sí que fue un cambio bastante repentino. El barrio, a semejanza de otros barrios céntricos de capitales europeas, y de todo el mundo, empezó a recibir un influjo artístico, en gran parte impulsado por el colectivo de gais y lesbianas de la ciudad, muy activo desde que se instauró la democracia a mediados de los 70 y pudieron empezar a salir del armario sin miedo a la represión.
Al principio, los vecinos del barrio de toda la vida, ya entrados en años la mayoría y acostumbrados a otro tipo de sociedad, más conservadora, menos heterogénea, criticaban mucho a sus nuevos vecinos. Les enojaba, les asustaba ese desparpajo con el que se paseaban por la tierra conquistada, con esas pintas, algunos que parecían hasta mujeres, y mujeres que parecían hombres. y lo peor de todo, tíos besándose con tíos en plena calle, y tías besándose con otras tías, también en plena calle. Sí, el barro había cambiado, pero no necesariamente para bien, decían.
Resultó que los nuevos convecinos, que no ya solo vivían en el mismo barrio, sino que poco a poco fueron convirtiéndose en vecinos de edificio, de rellano, no eran tan mala gente. De hecho, era sorprendente ver lo amables que eran, ayudando en muchas ocasiones a sus vecinas ya mayores a subir la compra por las escaleras, parándose a hablar con ellas y preguntándoles qué tal estaban, que hacía mucho que no las veían. Poco a poco, la mutación del barrio fue un hecho. Y así hasta el día de hoy, en que Chueca es universalmente reconocido como uno de los puntos calientes del ‘ambiente'.
En realidad, Chueca es un espacio multicultural y abierto a todas las tendencias sexuales, razas y cualquier tipo de diversidad, como se puede apreciar paseando por sus calles. Y en una de sus calles, se encontraba caminando Luis. No es que el barrio fuera muy santo de su devoción. De hecho, él siempre había tenido un puntito homófobo. Con lo buenas que están las tías, decía, cómo te puede gustar un tío. El caso es que una chica a la que conoció en Tinder le ofreció encontrarse en la plaza de Chueca, epicentro del barrio. Y por miedo a no parecer lo suficientemente trendy, aceptó verse con ella allí, en una de las famosas terrazas que animan el lugar.
Nada salió como él había esperado. La chica estaba muy bien. Era como a él le gustaban: Delgadita, con buen tipo, y un aire de viciosilla. Habían conectado muy bien a través de la aplicación de citas y luego de WhatsApp. Luis estaba convencido de que iba a ser una cita rápida y a la cama, como había ocurrido otras veces; bueno, no tantas, en realidad menos, muchas menos de las que él hubiera deseado. El caso es que después de un par de cervezas, cuando Luis empezó a adoptar una estrategia más ofensiva, en el buen sentido de la palabra, ella empezó a arrugarse. La cosa no terminó bien; discutieron, y ella se levantó y se fue.
Tanto se había relamido Luis pensando en ese rendezvous y cómo acabaría, que llevaba todo el día cachondo, muy cachondo. Así que, cuando su cita lo dejo ahí plantado, se sintió totalmente frustrado. Es más, no solo frustrado sino directamente más salido que el pico de una mesa, como vulgarmente se suele decir. Y en pleno barrio gay. También era mala suerte. Bueno, tías buenas las veía pasar a patadas. Pero a saber cuáles eran heteros y cuáles lesbianas. A algunas se les veía a la legua, o eso pensaba él. Pero, de todas maneras, ¿qué iba a hacer? ¿Se iba a meter en un bar a ver si ligaba con alguna, como hacía sus padres cuando eran jóvenes?
Era casi medianoche. No se podía volver a casa así; había perdido la batalla, pero no la guerra. Tenía que hacer algo. Qué suerte tenían los gais, con sus discotecas de cuartos oscuros ¿Por qué no podían los heteros tener lo mismo? Meterse en un cuarto oscuro y liarse con una tía; así, sin más. Eso a él ahora mismo le vendría de perlas. Era lo que necesitaba, un rollo fácil y sin complicaciones; un revolcón y a otra cosa mariposa.
Nunca había estado en un bar de ambiente. Por ir a echar un vistazo y ver cómo se lo montaba allí la gente, no iba a pasar nada. Él estaba muy seguro de su sexualidad. Para machito, él. Eso sí, creía que nada más entrar se lo iban a comer con la mirada. Qué equivocado estaba. Nunca había sido considerado muy guapo por las mujeres, y ahora, en un bar de hombres, no iba a ser distinto. El caso es que ahí estaba, apoyado en la barra, con un cubata en la mano. sin saber muy bien qué hacer.
Acabó en el cuarto oscuro, como no podía ser de otra manera. Allí paso lo que tenía que pasar. Él estaba muy salido, y la gente va ahí a lo que va. Algunos hasta le dijeron: ‘Tú eres nuevo por aquí ¿no?’ No se lo diría a nadie, lo que había hecho. Había sido simplemente para descargar, y ya está. Poco imaginaba él en ese momento que esa no sería sino la primera de muchas experiencias similares.
Comments
Post a Comment